Un ejemplo más de cómo la ciencia se
equivoca.
El error aquí parte de considerar al
cerebro como el centro de nuestro ser.
El cerebro sólo es un órgano.
Recientemente se aceptó que el estómago influye en nuestros sentimientos y
tambien se sabe que el corazón es mucho más de lo que la medicina está dispuesta
a aceptar.
Nuestro Karma, nuestra alma, nuestro ser
consciente es un ser de una densidad mayor que las 3d de nuestro cerebro. Para
nuestro ser, el tiempo o el espacio son como para nosotros la posibilidad de
poner dos dedos en un plano en diferente sitios (esto para un ser de sólo dos
dimensiones sería mágico).
Lo único que demuestra este experimento
es la existencia de nuestro Karma no una predestinación.
Un experimento ayudó a cambiar su punto
de vista sobre la vida a John-Dylan Haynes. En 2007, Haynes, un neurólogo del
Bernstein Center for Computational Neuroscience en Berlín, puso a la gente ante
un escáner cerebral y en una pantalla de visualización lanzó una sucesión de
letras al azar [1]. Les dijo que pulsaran un botón, ya sea con el
dedo índice derecho o izquierdo cada vez que sintieran esa necesidad, y que
recordaran la letra que se mostraba en la pantalla cuando tomaron la decisión.
El experimento se hizo utilizando la resonancia magnética funcional (fMRI),
donde se muestra la actividad del cerebro en tiempo real conforme los
voluntarios optaban por utilizar la mano derecha o izquierda. Los resultados
fueron toda una sorpresa.
“La primera idea que tuvimos fue comprobar que
esto era real “, dijo Haynes. “Esto no lo habíamos visto en ningún otro estudio
anterior.”
La decisión consciente de pulsar el botón se
hacía un segundo antes que el acto en sí, pero el equipo descubrió que el patrón
de actividad cerebral parecía predecir tal decisión hasta siete segundos antes.
Mucho antes de que los sujetos fuesen conscientes de estar tomando una elección,
al parecer, sus cerebros ya habían decidido.
Como humanos que somos, nos gusta pensar que
nuestras decisiones están bajo nuestro control consciente, que tenemos libre
albedrío. Los filósofos han discutido este concepto desde hace siglos, y ahora
Haynes, y otros neurocientíficos experimentales, y hacen emerger un nuevo
desafío. Ellos argumentan que la conciencia de una decisión puede ser una simple
reflexión bioquímicas tardía, sin ningún tipo de influencia sobre las acciones
de una persona. Según esta lógica, el libre albedrío no es más que una ilusión.
“Podemos sentir que elegimos, pero en el fondo no lo hacemos,” insiste Patrick
Haggard, neurocientífico del University College de Londres.
Usted puede pensar que decidió tomar el té o el
café esta mañana, por ejemplo, pero esa decisión se estaba hecha mucho antes de
que fuera consciente de ello. Para Haynes, esto es inquietante. “Voy a ser
honesto, me resulta muy difícil lidiar con esto”, comenta. “¿A qué puedo llamar
“mi” voluntad si no sé cuándo ocurrió esa decisión ni lo que haya decidido
hacer?”
Experimentos mentales
Los filósofos no están convencidos de que los
escáneres cerebrales puedan demoler el libre albedrío tan fácilmente. Algunos
han cuestionado estos resultados y sus interpretaciones, con el argumento de que
los investigadores no han captado el concepto que están desacreditando. Muchos
otros ni se meten en esta cuestión. “Los neurocientíficos y filósofos hablan de
más unos a otros”, señala Walter Glannon, filósofo de la Universidad de Calgary
en Canadá, interesado en la neurociencia, la ética y el libre albedrío.
Hay algunos indicios de que esto está empezando a
cambiar. Este mes, una serie de proyectos se van ha poner en marcha como parte
de un programa de cuatro años, de 4,4 millones de dólares, que tratará las
grandes cuestiones sobre el libre albedrío, en EE.UU., financiado por la
Fundación John Templeton en West Conshohocken, Pennsylvania, la cual apoya una
teología de investigación en filosofía y ciencias naturales. Algunos dicen que,
con estos experimentos tan refinados, la neurociencia podría ayudar a los
investigadores a identificar los procesos físicos subyacentes a la intención
consciente, y comprender mejor la actividad cerebral que lo precede. Y si con
esa actividad cerebral inconsciente se descubre que predice las decisiones
perfectamente, el trabajo realmente podría afectar a la noción de libre
albedrío. “Es posible que lo que ahora son las son sólo correlaciones, podrían
en algún momento ser relaciones causales entre los mecanismos del cerebro y el
comportamiento”, indica Glannon. “Si este fuera el caso, entonces el libre
albedrío se vería amenazado para cualquier una definición de algún
filósofo.”
Haynes no ha sido el primer neurocientífico en
explorar la toma de decisiones inconsciente. En la década de 1980, Benjamin
Libet, un neuropsicólogo de la Universidad de California, en San Francisco, hizo
un estudio entre los participantes con un electroencefalograma (EEG), a los que
pidió que se quedaran mirando un rato el reloj hasta un punto determinado
[2]. Cuando los participantes sentían la necesidad de mover un
dedo, debían de tener en cuenta la posición de ese punto. Libet registró la
actividad cerebral durante varios cientos de milisegundos antes que las sujetos
expresaran su intención consciente de moverlo.
El resultado de Libet dio lugar a controversia.
Los críticos dijeron que el reloj fue una distracción, y el informe de una
decisión consciente era demasiado subjetiva. Los experimentos de neurociencia
suelen tener entradas controlables, alguien muestra una imagen en un momento
preciso, y luego buscar las reacciones en el cerebro. Sin embargo, cuando la
entrada es una intención consciente del participante para moverse,
subjetivamente está decidiendo sobre su tiempo. Por otra parte, los críticos no
estaban convencidos de que la actividad vista por Libet, antes de que tomara una
decisión consciente, era suficiente para causar la decisión, podría ser que el
cerebro se estuviese preparando para decidir y luego moviera.
El estudio de Haynes en 2008 [1]
modernizó el anterior experimento: donde la técnica de EEG de Libet podía ver
sólo un área limitada de la actividad cerebral, el fMRI de Haynes podía ver todo
el cerebro, y donde los participantes de Libet decidían simplemente cuándo
mover, la prueba de Haynes les obligaba a decidir entre dos alternativas. Pero
los críticos aún escarban en los agujeros, y apuntan a que Haynes y su equipo,
sólo podían predecir la pulsión del botón a izquierda o derecha con una
precisión del 60% en el mejor de los casos. Y aunque es mejor que el mero azar,
esto no es suficiente para afirmar que se puede leer en el cerebro antes de la
conciencia, sostiene Adina Roskies, neuróloga y filósofa que trabaja sobre el libre
albedrío en el Dartmouth College en Hanover, New Hampshire. Además, “todo lo que
se sugiere es que hay algunos factores físicos que influyen en la toma de
decisiones”, lo cual no debería sorprendernos. Los filósofos que saben de
ciencia, añade, no creen que este tipo de estudio sea una clara evidencia de la
ausencia de libre albedrío, debido a que los experimentos son caricaturas de la
toma de decisiones. Incluso una decisión, aparentemente simple, como tomar té o
café, es más compleja que decidir si va a presionar un botón con una u otra
mano.
Haynes valora su interpretación, y ha replicado y
refinado los resultados de los dos estudios. En uno de ellos, utiliza técnicas
de exploración más precisas [3] para confirmar el papel de las
regiones cerebrales implicadas en su trabajo anterior. En el otro, que aún no se
ha publicado, Haynes y su equipo, pidieron a los sujetos sumar o restar dos
números de una serie que se presenta en una pantalla. Decidir si sumar o restar
refleja una intención más compleja que el de la posibilidad de apretar un botón,
y Haynes aduce que es un modelo más realista para las decisiones cotidianas.
Incluso, en esta tarea más abstracta, los investigadores detectaron la
actividad, de hasta cuatro segundos previos, antes que los sujetos fuesen
conscientes de la decisión, afirma Haynes.
Algunos investigadores se han ido, literalmente,
a lo más profundo del cerebro. Uno de ellos es Itzhak Fried, neurólogo y
cirujano de la Universidad de California, en Los Angeles, y del Centro Médico de
Tel Aviv en Israel. Estudió a individuos con electrodos implantados en su
cerebro como parte de un procedimiento quirúrgico para tratar epilepsia
[4]. Registró de esta manera, la actividad de las neuronas
individuales, dando una imagen mucho más precisa de la actividad cerebral que el
fMRI o el EEG. Los experimentos de Fried mostraron que había actividad de
neuronas individuales en las áreas particulares del cerebro un segundo y medio
antes de que el sujeto tomara la decisión consciente de pulsar el botón.
Acercándose a 700 milisegundos antes, los investigadores pudieron predecir el
momento de la decisión con una precisión de más del 80%. “En algún momento, las
cosas que están predeterminadas, son admitidas en la conciencia”, afirma Fried.
Y sugiere que la voluntad consciente podrá añadirse a una decisión en una etapa
posterior.
Ganancias materiales
Los filósofos cuestionan las premisas básicas de
estas interpretaciones. “En algunas de estas conclusiones se parte de la idea de
que el libre albedrío ha de ser algo espiritual o que implicael concepto de alma
o algo así”, esgrime Al Mele, filósofo de la Universidad Estatal de Florida en
Tallahassee. Si los neurocientíficos encuentran una actividad neural
inconsciente que lleva a la toma de decisiones, el concepto problemático de la
mente como algo separado del cuerpo desaparece, tanto como el libre albedrío.
Este concepción “dualista” del libre albedrío es un blanco fácil de derribar
para los neurólogos, señala Glannon. “Esta neta división entre mente y cerebro
hace que sea más fácil para los neurólogos abrir una brecha entre ellos.”
El problema es que los filósofos más actuales no
piensan en el libre albedrío es esta forma, añade Mele. Muchos son los
materialistas, aquellos que creen que todo tiene una base física, y que las
decisiones y acciones provienen de la actividad cerebral. Así que los
científicos están intervienen sobre esta noción que los filósofos consideran
irrelevante.
Hoy en día, continúa Mele, la mayoría de los
filósofos se sienten cómodos con la idea de que la gente pueda tomar decisiones
racionales en un universo determinista. Y debaten la interacción entre libertad
y determinismo, que es la teoría de que todo está predestinado, ya sea por la
suerte o por las leyes físicas; pero Roskies alude a que los resultados de que
la neurociencia todavía no pueden resolver ese debate. Ellos pueden hablar sobre
la previsibilidad de las acciones, pero no sobre la cuestión del
determinismo.
Los neurocientíficos también tienen a veces ideas
erróneas acerca de su propio campo, señala Michael Gazzaniga, neurocientífico de
la Universidad de California, en Santa Bárbara. En particular, los científicos
tienden a ver la actividad cerebral como un proceso gradual, un bit cada vez,
hasta una decisión final. Y sugiere que, los investigadores debieran pensar que
los procesos de trabajo pueden ser en paralelo, en una compleja red de
interacciones continuas. El momento en que uno es consciente de una decisión no
es, por tanto, tan importante como algunos piensan.
Batalla de voluntades
Hay problemas conceptuales, y luego está la
semántica. “Lo que realmente ayudaría es ver si los científicos y los filósofos
pudieran llegar a un acuerdo sobre lo que significa el libre albedrío”, indicó
Glannon. Incluso dentro de la filosofía, las definiciones de libre albedrío no
siempre coinciden. Algunos filósofos lo definen como la capacidad de tomar
decisiones racionales en ausencia de una fuerza coercitiva. En algunas
definiciones lo colocan en un contexto cósmico, es decir, que en el momento de
la decisión, teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido en el pasado, es posible
llegar a una decisión diferente. Otros se aferran a la idea de que un “alma”
no-física está dirigiendo las decisiones.
La neurociencia puede contribuir directamente a
poner en orden las definiciones, o añadirle una dimensión empírica. Podría
conducir a una comprensión más profunda, para un mejor entendimiento de lo que
implica una voluntad libre, o afinar los puntos de vista sobre qué es la
intención consciente, alude Roskies.
Mele, está dirigiendo el proyecto de la Fundación
Templeton que empieza por reunir a filósofos y neurocientíficos. “Creo que si
hacemos una nueva generación de estudios con un mejor diseño, podremos obtener
una más clara evidencia de lo que ocurre en el cerebro cuando las personas toman
decisiones”, dice. Algunas reuniones informales ya han comenzado. Roskies, que
está financiado por el programa, planea pasar este año en el laboratorio de
Michael Shadlen, un neurofisiólogo de la Universidad de Washington en Seattle, y
que trabaja sobre la toma de decisiones en el cerebro de los primates. “Vamos a
martillear el oído de los demás hasta que realmente entiendan el punto de vista
de la otra persona, y a convencernos uno al otro sobre qué nos estamos
equivocando.”
Haggard, tiene la financiación de Templeton, para
un proyecto en el que se pretende ofrecer una manera de determinar objetivamente
el momento de las decisiones y acciones conscientes, en lugar de confiar en los
informes subjetivos. Su equipo planea diseñar un montaje experimental en el que
la gente participe en un juego competitivo contra un ordenador, mientras su
actividad cerebral se decodifica.
Otro proyecto, a cargo de Christof Koch,
bioingeniero del Instituto Tecnológico de California en Pasadena, usará técnicas
similares a las de Fried para examinar las respuestas de las neuronas
individuales cuando la gente usa la razón para tomar decisiones. Su equipo
espera poder medir el peso de los diferentes bits de información cuando una
persona decide.
Los filósofos están dispuestos a admitir que la
neurociencia podrá algún día resolver el concepto de libre albedrío. Imagine una
situación (a los filósofos les gusta hacer esto), en el que los investigadores
puedan siempre predecir lo que alguien va a decidir, partiendo de su actividad
cerebral, y antes de que el sujeto mismo sea consciente de su decisión. “Si esto
resultara cierto, sería una grave amenaza para el libre albedrío”, señalaba
Mele. No obstante, incluso aquellos que, prematuramente proclaman la muerte del
libre albedrío, están de acuerdo en que estas conclusiones deberían ser
replicadas a diferentes niveles de la toma de decisiones. Pulsar un botón o
participar en un juego está muy lejos de hacerse una taza de té, ser candidato a
la presidencia o cometer un delito.
Los efectos prácticos de esta demolición de la
libre voluntad son difíciles de predecir. El determinismo biológico no se
sostiene como defensa ante la ley. Los eruditos del derecho no están preparados
para deshacerse del principio de responsabilidad personal. “La ley tiene que
estar basada en la idea de que las personas son responsables de sus acciones,
excepto en circunstancias excepcionales”, aduce Nicholas Mackintosh, director de
un proyecto sobre la neurociencia y la ley, a cargo de la Royal Society en
Londres.
Owen Jones, profesor de derecho en la Universidad
de Vanderbilt en Nashville, Tennessee, que dirige un proyecto similar financiado
por la Fundación MacArthur, en Chicago, Illinois, sugiere que la investigación
podría ayudar a identificar el nivel de responsabilidad de un individuo. “Lo que
nos interesa es cómo la neurociencia nos puede dar una visión más detallada de
cómo puede variar la capacidad de las personas a la hora de controlar su
comportamiento”, señala Jones. Esto es algo que podría afectar a la severidad de
la pena, por ejemplo.
Las respuestas también pueden terminar influyendo
en el comportamiento de las personas. En 2008, Kathleen Vohs, psicóloga social
de la Universidad de Minnesota, en Minneapolis, y su colega Jonathan Schooler,
ahora psicólogo de la Universidad de California en Santa Barbara, publicaron un
estudio [5] sobre cómo se comportan las personas cuando se les
apremia a pensar que el determinismo es cierto. Se les pidió a los sujetos que
leyeran uno de los dos pasajes: En uno de ellos se sugiría que la conducta se
reducía a factores ambientales o genéticos que no estaban bajo el control
personal, y en el otro que la influencia era neutra en el comportamiento. Los
participantes entonces, hicieron algunos problemas matemáticos en un ordenador.
Pero justo antes que la prueba empezara, se les informó que debido a un fallo
informático imprevisto, de vez en cuando aparecía la respuesta por accidente; si
esto ocurría, tendrían que hacer clic en él sin mirar. Los que habían leído el
mensaje determinista resultaron más propensos a engañar en la prueba. “Quizás,
el negar la libre voluntad, simplemente proporciona esa excusa final para
comportarse como uno quiera”, sugirieron Vohs y Schooler.
La investigación de Haynes y sus posibles
consecuencias, sin duda han tenido un efecto en su forma de pensar. Él recuerda
que estando en un avión de camino a una conferencia y tuvo una visión. “De
repente imaginé un universo completamente determinista, yo mismo, mi lugar en él
y todos esos diferentes momentos donde creemos que estamos tomando decisiones
reflejando sólo algún flujo causal”. Pero no pude mantener esta escena de un
mundo sin libre albedrío durante mucho tiempo. “Tan pronto como empecé a
interpretar los comportamientos de las personas en su día a día, era
prácticamente imposible mantenerla.”
A Fried, también le resulta imposible mantener el
determinismo mentalmente. “No creo que pueda mantenerse de forma cotidiana y,
ciertamente, tampoco pienso en ello cuando opero con el cerebro humano.”
Mele espera que los demás filósofos puedan
obtener un mejor conocimiento de la ciencia sobre la intención consciente. Y
hasta donde la filosofía se refiere, insiste, los científicos harían bien en
suavizar su postura. “Tampoco se trata que la dedicación de los neurólogos que
trabajan en el libre albedrío sea la de mostrar que no hay ninguna.”
- Referencia: Nature.com, Por Kerri Smith 31 agosto 2011
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