Vivimos constantemente 80 milisegundos en el
pasado, el futuro es tan real como el pasado y fluye hacia el presente; el
tiempo y la percepción están estrechamente ligados, de tal forma que al pensar
qué es el tiempo no logro responder, posiblemente porque la respuesta que estoy
buscando es con lo que estoy buscando.
The time is out of joint —O cursed spite,
That ever I was born to set it right!,
That ever I was born to set it right!,
Hamlet, I, v, 211-2.
“Cuando no me preguntan qué es
el tiempo, lo sé; cuando me lo preguntan, no lo sé”,
escribió San Agustín. La frase refleja la naturaleza inaprehensible y paradójica
del tiempo, uno de las grandes temas de la reflexión filosófica de todas las
épocas que recientemente ha pasado sobre todo al ámbito de la física y de la
neurociencia.
Quizás la definición más significativa del tiempo
en los últimos 150 años sea la de Einstein, quien hizo de este elusivo y a la
vez tiránico elemento de la realidad una parte integral de la geometría del
universo (la cuarta dimensión), ligándolo al espacio como un continuum
y entendiéndolo como relativo a la velocidad con la que se mueve un objeto
(tal que alguien moviéndose a la velocidad de la luz no percibiría el paso del
tiempo). Sin embargo, los misterios del tiempo (la imagen en movimiento de la
eternidad, según Platón) están lejos de agotarse y han sido examinados de manera
fascinante en la reciente conferencia de FQXi en Copenhague, donde participaron
algunas de las mentes más brillantes de la ciencia moderna.
1. El tiempo existe - Esta es la
conclusión a la que llegaron los participantes de la conferencia. Aunque su
existencia podría no ser fundamental, solo una propiedad emergente de la
gravedad cuántica. La conferencia no entró en detalles filosóficos y muchos
menos metafísicos (ya que esto sería contradecir su profesión), pero nosotros
podemos preguntarnos, sin estar supeditados al método de razonamiento
científico, si el tiempo es sobre todo un un reflejo de la mente en el espacio,
un orden proyectado por el fenómeno emergente de la conciencia y, como tal,
existe en relación a la conciencia o conciencias que se reflejan en el universo.
Según el misticismo oriental existe una conciencia absoluta que se experimenta a
sí misma a través de todas las conciencias individuales y grupales —y se percibe
de manera simultánea, supratemporal. Y si el tiempo existe de manera colectiva,
inscrito en el telar del universo, ¿no podría ser justamente un pensamiento en
esa mente universal? Nuestro tiempo, ¿la duración de su sueño?
2. El pasado y el futuro son igualmente
reales - La física enseña que todos los eventos en el pasado y en el
futuro están implícitos en todo momento presente. El mismo Einstein creía que el
pasado y el futuro eran parte de una unidad existencial y escribió: “Para
nosotros los físicos la separación entre pasado, presente y futuro es una
ilusión, aunque una convincente”. Que nos cueste entender que toda la existencia
—todo el tiempo— del universo está ligado en un flujo continuo de concatenación
ubicua tiene que ver con que nuestra percepción es muy limitada, y lo que vemos,
el tiempo que percibimos, es el resultado de cómo está construida nuestra
percepción. En un sentido puramente físico, la información —como un salmón
cuántico— viaja tanto del pasado hacia el futuro como del futuro al pasado. En
palabras de Einstein, al menos la sucesión temporal unidireccional, es una
ilusión. Podríamos pensar el universo, regresando a la concepción de la
conciencia brahmánica, como un solo instante que se fractaliza en todos nuestros
instantes, y se recrea.
3. Todos experimentamos el tiempo de
manera distinta - Esto es verdad a diferentes niveles, tanto física
como biológicamente. La visión del tiempo universal newtoniana (el universo
como un divino reloj) ha sido refutada por la física de la relatividad. Desde un
punto de vista biológico y neurológico, el tiempo que puede medir un reloj
atómico no tiene la relevancia que tienen nuestros propios ritmos circadianos
(nuestro reloj biológico) y nuestra acumulación de memorias. Esto hace que la
percpeción del tiempo varíe según quiénes somos, cuántos años tenemos, qué hemos
vivido y qué estamos viviendo en ese momento (el neurocientífico David Eagleman realizó una serie de
experimentos que muestran cómo cuando estamos asustados, y en general bajo
el influjo de la novedad, el tiempo parece pasar más lento). Esto explica
también por qué el tiempo aparenta pasar más rápido cuando
envejecemos, ya que entre más vivimos, generalmente más repetimos cosas que
ya hemos vivido antes. Así que para ser jóvenes —al menos en percepción— la
clave está en hacer cosas nuevas. Sería interesante aplicar este razonamiento a
las experiencias cercanas a la muerte, que reportan supuestos estados de
percepción temporal en los que “toda una vida” puede flashear en un segundo,
acaso al entrever el agujero negro de la “singularidad” el estado de novedad es
tanto que, como si viajáramos a la velocidad de la luz por un instante,
percibimos una dilación temporal que simula la eternidad.
4. Vives en el pasado - Una
versión diminuta del desfase que produce la relatividad —las estrellas que vemos
en el cielo brillan con luz de hace miles de años, por ejemplo— es que existe
una diferencia —mínima, pero físicamente real— entre el acaecimiento de un
evento y nuestra percepción del mismo, lo que implica que vivimos 80
milisegundos en el pasado. “Cuando piensas que un evento ocurre, ya ha
sucedido”, dice David Eagleman. En cierta forma esa clave espiritual de vivir en
el presente nos es imposible. Nuestro cerebro tarda 80 milisegundos en
ensamblar una experiencia consciente después de percibir una señal. Esto ocurre
porque nuestro cerebro se toma el tiempo de sincronizar todo lo que percibimos,
cuando las cosas ocurren a diferentes velocidades y a diferentes distancias (por
ejemplo el sonido y la luz viajan a diferente velocidad, algo que cotidianamente
podemos percibir en un rayo). Asi que rigurosamente siempre estamos haciendo una
neurosíntesis pretérita de lo ocurrido —¿cómo mirar a la naturaleza real desnuda
sin ningún filtro?— y el zen es memoria.
5. Tu memoria no es tan buena como
pensabas – Las mismas zonas del cerebro se activan cuando imaginamos
algo en el futuro que cuando recordamos algo en el pasado. Esto hace que se
atenuen las líneas entre lo vivido y lo imaginado y que fácilmente podamos
confundir recreaciones y proyeccciones con hechos “reales” experimentados. Al
mismo tiempo, cada vez que recordamos algo, recurrimos a esa memoria no como
ocurrió originalmente, sino como la recordamos la última vez (un salvar
archivo como). Podemos deducir entonces que recreamos constantemente
nuetras vidas, nos las re-presentamos con recuerdos que modifican lo sucedido
pero aparentan tejer su narrativa como si fueran objetivos. Si a esto le
agregamos que las cámaras de nuestros ojos están atravesadas por neuronas y la
primera imagen que vemos ya es en sí misma un recuerdo del instante, entonces no
debe de parecernos extraño que muchas personas crean que creamos la realidad y
duden de la existencia de una realidad independiente de la mente. —y si
existiera, ¿óomo percibirla?
Un caso interesante (relacionado con varios de
los puntos expuestos) es el de la tribu amazónica de los amondawas, quienes no
tienen un lenguaje para describir el tiempo y, por lo tanto, no distinguen entre
un evento y el tiempo en el que sucede, están embebidos en un mismo plano
dimensional, como un barco que fuera también el río en el que navega. ¿Tal vez
es el lenguaje, aquello que nos distingue de los animales y nos otorga la
divinidad de nombrar (y por lo tanto conocer), lo que nos expulsa de la
eternidad del presente, al hacernos vivir en la reflexión, en el reflejo de las
cosas?
6. La conciencia depende de la
manipulación del tiempo – Aunque el hipotético presente perpetuo parece
estar fuera del reino del lenguaje y su naturaleza sucesiva (solo los
jeroglíficos buscan atentar contra esta temporalidad creando imágenes y símbolos
multidimensionales), algunos neurocientífcos creen que no podríamos tener
conciencia de esta silenciosa eternidad, ya que justamente es nuestra capacidad
gramática de manipular el tiempo —de imaginar futuros alternativos y construir
sus posibilidades lingüísticamente— lo que define la particularidad de nuestra
conciencia. Esta especie de negociación de realidades y de proyección de
escenarios es parte intrínseca del ser humano, un ser que no solo sabe que
es, sabe que podría ser otro.
7. El envejecimiento puede ser revertido
– La tendencia del universo es hacia la entropía (el desorden y la
decadencia), pero las piezas individuales del puzzle pueden ir en contra de la
guadaña de Cronos (y una prueba de ello es que podemos construir
refirigeradores). Evitar el envejecimiento ya se consigue de manera natural por
un tipo de medusas caribeñas y actualmente la ciencia ha avanzado detectando la
enzima del envejecimiento, la telomerasa, induciendo un proceso de
rejuvenecimiento celular en ratas. La nostalgia de una eterna primavera de
plenitud física podrá ser en el futuro solo eso, un recuerdo.
8. Una vida es mil millones de latidos
- Todavía no hemos vencido la muerte y mientras tanto compartimos con
todo la vida conocida un proceso de finitud. Pese a que pensamos que nuestra
vida es mucho más larga (y rica) que la de un mosquito, en cierta forma, sobre
todo entendiendo que el tiempo es relativo a la velocidad y a la percepción,
todos los animales vivimos lo mismo. Existe una notable relación entre masa
corporal y metabolismo: los animales más grandes viven más pero metabolizan más
lento, por lo cual palpitan menos. Estos efectos se cancelan de tal manera que
una ballena azul y una musaraña experimentan casi el mismo número de latidos en
su vida. Y si el corzón es el marcapaso, el gran reloj de fuego, tal vez no
sería incorrecto decir que todos vivimos la misma cantidad de tiempo.
No hay duda que el tiempo, el río de espejos en
el que (auto)conocemos el mundo, es un profundo misterio. San Agustín, doctor
de la Iglesia y versado como pocos en filosofía y metafísica, no logró responder
a la pregunta de los hexagramas mutantes, probablemente porque al intentar
contestar qué es el tiempo, la respuesta se veía comprometida por una paradoja:
aquello que buscaba es con lo que buscaba. Como dijera Borges: ”El tiempo es
un río que me arrebata, pero yo soy el río”. Cuando la
serpiente se muerde la cola lo sabe, pero entonces ya no puede decir nada.
Con información de Scientific America y Discover Magazine
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