Algunos científicos de avance y los legados más antiguos de nuestra historia convergen en una explicación lógica para el origen de la humanidad: una civilización cósmica para nosotros desconocida nos fabricó en un pasado remoto. Más adelante alguien, ya sea el mismo programador original u otro distinto, efectuó una mutación en el ser programado, para encarrilar nuestro desarrollo genético hacia nuestra condición humana actual. Pero, ¿qué hicieron nuestros programadores después de habernos fabricado y posiblemente mutado en un estadio más tardío? ¿Nos abandonaron a nuestra suerte? ¿O, más bien, han venido controlando el desarrollo de nuestra existencia?
Existen suficientes ejemplos que evidencian que en el pasado y también hoy en día alguien más, y por lo menos tecnológicamente, más avanzado, se mantuvo y se mantiene cerca de nosotros, acompañándonos a lo largo de toda nuestra historia.
Pero no solamente se han dedicado a controlarnos, sino que en determinados momentos históricos decisivos para la marcha de la humanidad, han intervenido directamente para encauzarla en uno u otro sentido. En la etapa antigua de nuestra historia, los seres para nosotros desconocidos descendían habitualmente de las alturas para convivir con el ser humano sobre el planeta que habitamos.
Dado que sus actuaciones y su tecnología se escapaban a la comprensión del hombre primitivo, que era incapaz de imitar lo que estos seres desconocidos podían hacer, tales visitantes fueron tomados necesariamente por nuestros antepasados por auténticos dioses, cosa que en cierta forma no deja de ser cierta para nosotros, en el supuesto de que ellos sean nuestros fabricadores.
Sus actuaciones fueron interpretadas naturalmente por el hombre primitivo y medieval como expresiones inequívocas de la divinidad. Pero con el paso del tiempo, la situación ha cambiado: los que fueron dioses hasta hace poco, comienzan a esconder su careta divina para irse diluyendo en el anonimato. ¿Por qué? Porque nuestra propia evolución nos ha conducido a un punto en el que nuestros actuales conocimientos no les permiten ya ser identificados con la imagen de seres divinos. Hoy ya sabemos que lo que ellos hicieron en el pasado, lo pueden hacer otros, le podemos en parte hacer nosotros, simples humanos. Y lo qué aún no podemos hacer hoy lo podemos, extrapolando nuestros conocimientos actuales, alcanzar hipotéticamente en el futuro. Así, el contacto con ellos, en vez de darse en un contexto religioso como se dio en la antigüedad y en el medioevo, se intuye en un futuro a un nivel científico posiblemente.
No estamos solos
Semejante hipótesis debe de fundamentarse naturalmente en una premisa ineludible: que haya efectivamente vida inteligente en el universo, más allá de los límites de nuestro planeta Tierra. Y que estos supuestos seres inteligentes
sean capaces de llegar hasta aquí. ¿Es esto posible? El 11 de septiembre de 1952, Marshall Chadwell, a la sazón director adjunto del departamento de Inteligencia Científica, le escribe en comunicado interior al director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA):
“El problema OVNI excede el nivel de las responsabilidades individuales del departamento de Inteligencia Científica de la CIA, y es de tal importancia que merece la competencia y la acción del Consejo de Seguridad Nacional.”El 2 de diciembre de aquel mismo año, le vuelve a comunicar a su director que:
“Algo está ocurriendo y debe tener nuestra atención inmediata. Los avistamientos de objetos inexplicados a grandes alturas viajando a altas velocidades en las cercanías de importantes instalaciones defensivas americanas son de tal naturaleza que no pueden ser atribuibles a fenómenos naturales o a vehículos aéreos de tipo conocido.”La presencia de objetos volantes no identificados y la presencia de seres inteligentes no pertenecientes a nuestra comunidad humana terrestre, se manifiesta como una constante en el curso de nuestra evolución, desde la antigüedad hasta nuestros días. Si bien la ciencia académica se niega a aceptarla como un hecho. Argumenta para ello que el viaje interplanetario preciso para que seres de otra civilización cósmica visitaran efectivamente nuestro planeta es de todo punto imposible.
Pero tal y como afirma el premio Nobel de química Ilya Prigogine, las teorías acaban siempre por ser rebatidas: su verdad es parcial, provisional. No debemos adaptar los hechos a nuestra inteligencia, sino que debemos aspirar a elevar esta inteligencia a un grado en el que pueda entender y asimilar los hechos, aunque en estos momentos aún se le antojen absurdos. También era un absurdo para los hombres del siglo XVIII el hecho o la simple idea de que el hombre viajara algún día hasta la Luna y pegara torpes saltos sobre su superficie, y, sin embargo, ésta es una experiencia superada hoy en día y aceptada por todos: por los hechos consumados, en definitiva.
A lo que debemos aspirar es a lograr comprender algún día la realidad subyacente y el sentido de los fenómenos inexplicados que se han venido produciendo a lo largo de la historia humana y que actualmente se siguen produciendo y prodigando.
Ansias de contacto
Pero así como la mayoría de la comunidad científica no contempla la posibilidad de la presencia de seres extraños en nuestro planeta, sí acepta como probable la existencia de otras civilizaciones en la inmensidad del cosmos. Tanto, que las busca ansiosamente y elabora planes para establecer contacto con las mismas. Los intentos de búsqueda de inteligencias extraterrestres en las profundidades del cosmos, objetivo del programa SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence = Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), y los intentos de comunicación con supuestas inteligencias extraterrestres en el espacio, que conforman el programa CETI (Communication with Extratrrestrial Intelligence = Comunicación con Inteligencias Extraterrestres) siguen un constante curso de perfeccionamiento, lo que pone de manifiesto la voluntad de ciertos sectores de la comunidad científica en entrar en contacto con otros seres inteligentes del universo.
El programa SETI se verá notablemente incentivado a partir de 1992; para conmemorar el 500 aniversario del descubrimiento oficial de América, con una nueva inyección presupuestaria de 100 millones de dólares, aprobada en 1988.
Este dinero cubrirá una etapa de diez años de búsqueda de inteligencias extraterrestres, concretada en la instalación de seis analizadores multicanal del espectro radioeléctrico, tres en Arecibo, en Puerto Rico, y otros tres volantes, que se trasladarán periódicamente del hemisferio norte al sur, en una búsqueda totalmente automatizada. Con este sistema se escudriñarán secuencialmente las 773 estrellas similares al Sol que se encuentran a una distancia inferior a los 80 años-luz, chequeando en cada una de ellas 2.000 millones de canales, mientras que por otra parte se barrerá todo el firmamento visible, en busca de alguna señal extraña que pudiera proceder de una civilización desconocida. El equipo que se empleará para ello es un analizador multicanal de espectros, el MCSA 2.0, que puede sintonizar simultáneamente hasta 10 millones de frecuencias.
En lo que al proyecto CETI respecta, cabe decir que en marzo de 1974, la Junta del Consejo Científico del Área del Problema de Radioastronomía de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética discutió y aprobó un programa de investigación del problema de la comunicación con civilizaciones extraterrestres. El programa fue elaborado por la sección de búsqueda de señales cósmicas de origen artificial del Consejo de Radioastronomía, a partir de las recomendaciones de la Conferencia Nacional Soviética sobre el Problema de la Comunicación con Civilizaciones Extraterrestres que tuvo lugar en el observatorio astrofísico de Byurakan, en Armenia, en mayo de 1964, y la conferencia soviético-norteamericana sobre CETI mantenida en el mismo Byurakan en septiembre de 1971.
El programa proyectado fue expuesto previamente en la VII Conferencia Nacional Soviética sobre Radioastronomía, convocada en Gorki en 1972, para ser aprobado definitivamente por la Academia de Ciencias de la URSS en 1974. En el texto del programa aprobado por los soviéticos destaca la afirmación de que:
“Merece particular atención la posibilidad de que sondas lanzadas por civilizaciones extraterrestres se encuentren actualmente en el Sistema Solar e incluso en órbita alrededor de la Tierra”.
Nos visitan desde siempre
Pero hay otro camino para averiguar si existen y si son capaces de venir a visitarnos. Frente a la totalidad del establishment científico, que apoya la lenta y costosa búsqueda de señales de radio procedentes de seres inteligentes en el universo, cabría proponer una solución mucho más sencilla: intentemos examinar si nuestra Tierra ha sido visitada alguna vez en el pasado, o si está siendo visitada en el presente por seres no terrestres. No debemos perder de vista para ello que, sin necesidad de recurrir a testigos dudosos, a textos equívocos, a grabados de diversa interpretación, los textos que a lo largo de los tiempos han ido reflejando los pasos de la historia de la humanidad, están salpicados de testimonios que ilustran la presencia de objetos volantes que evolucionan de forma inteligente a baja altura, sobre la superficie terrestre.
Tampoco es preciso recurrir al cúmulo de leyendas y textos religiosos que claramente hacen referencia a seres que procedentes del cielo entran en contacto con los habitantes de la Tierra. No. Sólo hace falta releer los textos de historia. Así, Plinio habla de objetos volantes no identificados en el Libro II de su Historia Natural. Cayo Suetonio refiere que el 1 de enero del año 49 a. JC. Julio César se topó con una figura sobrehumana junto al río Rubicón. En el año 312 el pagano Constantino y todo su ejército contemplaron una cruz luminosa en el cielo. Beda, en su Historia Eclesiástica, afirma que en el año 664 se presentó sobre las cabezas de las monjas de un monasterio de Barking, junto al Támesis, una sábana volante luminosa.
Mientras Carlomagno irrumpía en Italia, los sajones sitiaron Sigisburg, hasta que hicieron acto de presencia en el aire dos escudos volantes rojizos, que les hicieron huir precipitadamente y someterse luego a Carlomagno y al cristianismo. El 21 de febrero de 1345 una luz misteriosa procedente de las montañas de Montserrat en Catalunya se desplazó en el aire hasta detenerse encima de la población de Manresa, cuyos habitantes siguen celebrando desde entonces anualmente la “vinguda de la misteriosa llum“.
En un texto que figura en los anales de la Inquisición, el Dr. Eugenio Torralba afirma que efectuaba viajes desplazándose por el aire guiado por una nube de fuego. Bernal Díaz del Castillo, cronista de Hernán Cortés, narra en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, que en el año 1527 los expedicionarios españoles observaron en el aire sobre sus cabezas una enorme espada larga (comparable a la cruz que vio Constantino) que no se mudaba del cielo durante más de veinte días. Mientras que el historiador catalán Geroni Pujades escribe en su Díari el día 30 de septiembre de 1604 que en la madrugada de aquel día los habitantes del obispado de Urgell asistieron a un combate aéreo a baja altura.
En la publicación “L’Année Scientifique” aparece publicada en el año 1874 la noticia del avistamiento de gran número de cuerpos negros que cruzaban la Luna. En 1885, el astrónomo José A. Bonilla publica un artículo en la revista “L’Astronomie“, en el que explica que los días 12 y 13 de agosto de 1883 contempló desde el observatorio mexicano de Zacatecas, del que era director, el paso de un total de 116 objetos volantes no identificados que en oleadas sucesivas cruzaban por delante del disco solar. Etcétera. La lista se hace interminable.
La historia bien habla de estos fenómenos. Si no los omitiéramos, si explicáramos la historia en su totalidad, sin omisiones ni retoques, asimilaríamos con naturalidad que los fenómenos que evidencian la actuación de una inteligencia distinta de la nuestra, forman parte integrante y continuada de la historia de la humanidad. Sabríamos todos un poco mejor en donde nos encontramos.
Estamos programados
El premio Nobel Francis H.C. Crick, bioquímico inglés, que en 1953 descubrió la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN), adoptó a finales de 1981 una postura sorprendente: afirmó que en sus orígenes nuestra especie fue creada por una supercivilización galáctica.
“Cuando el sistema solar estaba empezando a configurarse -dice- en alguna parte de la galaxia existía una civilización que debía hallarse en el grado de progreso en que nosotros nos encontramos ahora, aproximadamente. Esos seres, bastante parecidos a nosotros, indudablemente, comenzaban a trabajar con la vida.
“Un James Watson y un Crick extraterrestres habían descubierto la estructura del ADN. Otros, explotando sus trabajos, habían empezado a crear microorganismos, del mismo modo que nosotros, hoy, ‘sintetizamos’ las primeras bacterias en probetas.
“Esos seres descubrieron nuestro mundo en formación. Entonces se embarcaron en una experiencia que hoy nos parece imposible, pero que, dentro de unas decenas de años, estaremos nosotros mismos en condiciones de emprender: crear la vida inteligente. No exactamente igual que el Dios de la Biblia, que bajó a la Tierra a fin de modelar un poco de barro para formar a Adán, pero casi. Ellos hicieron que, en ese barro original, se pudiera sembrar una bacteria (u otro microorganismo), programado de tal forma que, al cabo de varías decenas de miles de años, desembocara en nosotros.
“Esos seres sembraron la Tierra igual que nosotros sembraremos quizá mañana un mundo lejano, todas cuyas probabilidades de llevar a la vida a su término más elevado, la inteligencia, estarán determinadas de antemano por nosotros.”
En su libro Lífe itself (La vida misma) Francis H.C. Crick expone todos los argumentos de su tesis.
¿Un simple experimento?
Pero también podríamos ser un simple experimento. Imaginemos que una supercivilización que todavía existe en algún punto de la galaxia , o incluso fuera de ella, decidiera, por ejemplo, hace algunos millones de años, crearnos a plazo. Para ella, el tiempo no cuenta. Cuando criamos un ganado que vive sólo unos cuantos años, o simples bacterias en un tubo de ensayo, ¿pensamos ni por un momento que, para esos microorganismos, nosotros somos prácticamente inmortales?
Crick confiesa que esta última idea es de los soviéticos. En efecto, la tesis de una siembra de la Tierra desde una galaxia cobró forma en el Congreso Internacional de Byurakan, en 1971.
Especialistas como Vsevolod Troitsky, de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, emitieron allí la teoría de que la Tierra podría ser un campo de experimentación para seres superiores, con los cuales no hay ni que pensar en ponerse en contacto, porque van muy por delante de nosotros.
Entonces, ¡son como dioses!
Vida por doquier
Casi simultáneamente con la publicación de la obra de Crick, el profesor de matemáticas aplicadas y astronomía en el University College de Cardiff, en el País de Gales, y director del Instituto de Estudios Fundamentales de Sri Lanka, Nalin Chandra Wickramasinghe, publicó sendos libros escritos en colaboración con el astrónomo Sir Fred Hoyle, y titulados Space TraveIlers: the Bringers of Life (Viajeros del espacio: los que trajeron la vida) y Evolution from Space (La evolución desde el espacio), respectivamente.
De la lectura de ambos libros, así como de las manifestaciones de otros científicos que investigan la existencia de formas de vida en el universo, se deduce claramente -no sólo como reflexión filosófica o lógica, sino decididamente como resultado de comprobaciones puntuales- que la vida no es una prerrogativa del planeta Tierra que habitamos, sino que sus bases se hallan repartidas por doquier en la vasta inmensidad del universo. De forma que la afirmación del premio Nobel Francis H.C. Crick, descubridor como dije de la estructura del ADN, en el sentido de que una supercivilización galáctica nos creó en un pasado remoto, no carecen de base lógica. Nuestra creación fue, en su opinión -recuerdo-, una fabricación programada.
El muñeco humano
Exactamente de esta fabricación programada a la que aluden algunos científicos de avance, nos hablan también las tradiciones más antiguas del planeta, que quedan perfectamente reflejadas en el legado sagrado de los indios quichés, de la gran familia maya. Cuando el planeta Tierra aún no se había solidificado, y antes de poblarlo por tanto el ser humano, ya estaban ahí los constructores, los fabricadores, los poderosos del cielo.
Con esta afirmación, el Popol-Vuh, el libro del Consejo de los quichés, está en línea con las afirmaciones de Francis H.C. Crick:
“Solamente el agua limitada, solamente la mar tranquila, sola, limitada. Nada existía. Solamente la inmovilidad, el silencio, en las tinieblas, en la noche. Sólo los Constructores, los Formadores, los Dominadores, los Poderosos del Cielo, los Procreadores, los Engendradores, estaban sobre el agua, la luz esparcida.”
Así reza el Popol-Vuh, que además nos cuenta cómo los Dominadores construyeron al ser humano, al hombre, para que éste les adorara y les invocara, ya que sin este detalle de vanidad su creación, su fabricación, no resultaba completa y, más aún, carecía de sentido. Esta necesaria adoración se repite en las tradiciones religiosas más antiguas de numerosas comunidades humanas. ¿Cabe pensar acaso que la energía que emitimos durante semejantes actos de adoración sirve de nutrición a quienes presumiblemente nos diseñaron?
“Es tiempo de concentrarse de nuevo sobre los signos de nuestro hombre formado, como nuestro sostén, nuestro nutridor, nuestro invocador, nuestro conmemorador”, afirma el Popol-Vuh.
Narra este mismo ‘libro del Consejo’ que el primer muñeco formado con tal finalidad no hablaba, por lo cual no los invocaba, motivo por el que fue destruido:
“No tenían ni ingenio ni sabiduría, ningún recuerdo de sus Constructores, de sus Formadores; andaban, caminaban sin objeto. No se acordaban de los Espíritus del Cielo; por eso decayeron. Solamente un ensayo, solamente una tentativa de Humanidad.”
La imperfección de este primer intento de biorrobot provocó su destrucción por medio del agua, del diluvio:
“Entonces fue hinchada la inundación por los Espíritus del Cielo, una gran inundación fue hecha, llegó por encima de las cabezas de aquellos maniquíes.”
Con la mente frenada
Al segundo intento, les salió un hombre tan inteligente y de tan perfecta comprensión, que temieron que supiera y viera demasiado, lo que no les convenía a Los de la Construcción, a los Poderosos del Cielo:
“‘No está bien lo que dicen nuestros construidos, nuestros formados. Lo conocen todo, lo grande, lo pequeño, dijeron. Por lo tanto, celebraron consejo. ‘¿Cómo obraremos ahora para con ellos? ¡Que sus miradas no lleguen sino a poca distancia! ¡Que no vean más que un poco la faz de la Tierra! ¡No está bien lo que dicen! ¿No se llaman solamente Construidos, Formados?
Serán como dioses, si no engendran, si no se propagan, cuando se haga la germinación, cuando exista el alba; solos, no se multiplican. Que eso sea. Solamente deshagamos un poco lo que quisimos que fuesen; no está bien lo que decimos. ¿Se igualarían a aquéllos que los han hecho, a aquéllos cuya ciencia se extiende a lo lejos, a aquéllos que todo lo ven?’, fue dicho por los Espíritus del Cielo, Dominadores, Poderosos del Cielo. Así hablaron cuando rehicieron al ser de su construcción, de su formación.
Entonces fueron petrificados los ojos por los Espíritus del Cielo, lo que los veló como el aliento sobre la faz de un espejo; los ojos se turbaron; no vieron más que lo próximo, esto sólo fue claro. Así fue perdida la Sabiduría y toda la Ciencia de los cuatro hombres, su principio, su comienzo. Así primeramente fueron construidos, fueron formados, nuestros abuelos, nuestros padres.”
De esta forma, para evitar que supiera y que viera demasiado, se corrigió a este segundo prototipo de hombre, para conformar definitivamente a la raza humana actual, previo ajuste de clavijas y recorte de su capacidad de comprensión. Así, no se nos concedió más que una mínima parte del saber. ¿No nos están confirmando las más avanzadas investigaciones de las potencialidades de nuestra mente que solamente estamos usando aproximadamente un 10 % del total de nuestras posibilidades?
O sea, solamente una mínima parte del saber que nos corresponde de acuerdo con nuestro plan de fabricación original. Sorprendentemente, exactamente lo mismo le confirma Gabriel al contactado Mahoma, amén de darle un símil minúsculo que acaso pueda hacer alusión al microorganismo que menciona Francis H.C. Crick, al hacer referencia al origen del ser humano:
“¡Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo. ¡Predica! Tu Señor es el Dadivoso que ha enseñado a escribir con el cálamo: ha enseñado al hombre lo que no sabía.”
Pero, aparte de enseñarnos lo que no sabíamos, el Dadivoso también recalca en el mismo Corán algo bastante más grave y que enlaza con el Popol-Vuh mesoamericano:
“No se os ha concedido más que una mínima parte del saber.”
La máquina humana
De acuerdo con todo lo expuesto, puede concluirse -al menos como hipótesis- que una supercivilización cósmica recurrió a la ingeniería genética para dar origen al ser humano: a nosotros. Pero, ¿es posible concebir el organismo humano -aquí no entraremos en la discusión de la parte espiritual, anímica o energética de nuestras personalidades, que ocupa este organismo durante el lapso de tiempo de cada una de nuestras vidas individualizadas- como una fabricación, entendiendo esta fabricación en el sentido más amplio de la palabra, y no como una auténtica ‘creación’, sino como manipulación de los elementos disponibles?
Si echamos una vez más una ojeada a la ciencia de avance, veremos que efectivamente, es posible. Solamente hay que tener presentes los progresos que se están realizando en los campos por ejemplo de la biónica -pronto no habrá prácticamente ningún órgano o parte del cuerpo humano que no pueda reemplazarse por un sofisticado dispositivo de recambio (actualmente se producen en Utah, en los Estados Unidos, más de dos millones de unidades de más de mil recambios para el cuerpo del ser humano- y de los biochips, que permiten construir ordenadores con la misma materia de la que está hecho el cerebro humano.
No debe perderse de vista que nuestro cerebro es una compleja computadora biológica que recibe informaciones a través de los órganos sensoriales de nuestro cuerpo físico, como también los recibe por vía paranormal, sin intervención de estos órganos sensoriales. A base de estas informaciones recibidas y debidamente codificadas, el cerebro elabora planes de actuación y envía las órdenes de reacción precisas para cada situación a los respectivos ‘departamentos’ de nuestro cuerpo. Nuestro cerebro es, así, la computadora que actúa a modo de centro de control de nuestro cuerpo.
Y éste se atiene a unas leyes y normas constantes en cuanto a composición, estructuración, reacciones, posibilidades de acción y vulnerabilidad.
Manipulaciones genéticas
No es por otra parte ningún secreto el hecho de que -sirviéndose de los ácidos nucleicos y de su función como portadores de información- los genetistas están desde hace años investigando la forma de manipular las cadenas de ADN con el objeto de influir en los caracteres hereditarios y así moldear a los seres vivos a su voluntad. Todo ello -que no es posible detallar en este breve espacio, pero que sí lo hago en mi libro El muñeco humano (Ediciones Kaydeda, Madrid)- conduce indefectiblemente a que en un futuro más o menos lejano se pueda diseñar y fabricar un ordenador capaz de copiarse, de reproducirse a sí mismo a su imagen y semejanza. Puesto que no hará otra cosa que atenerse a la constante vital basada en la doble espiral del ADN.
Las posibilidades que se abren en el campo de la biónica y del ordenador biológico, nos llevan a la ineludible reflexión de que, si todo esto lo estamos intuyendo y ensayando nosotros ahora, y lo llevaremos a la práctica en un futuro más o menos lejano, pero no inexistente, es fácil suponer que una civilización cósmica muchísimo más desarrollada tecnológicamente que nosotros, haya logrado en el pasado el modelo más avanzado: el biorobot super automático e independizado, construido o criado a imagen y semejanza de los propios fabricadores. Este modelo somos nosotros mismos.
Las afirmaciones de Francis H.C. Crick y el conocimiento del Popol-Vuh, o sea la ciencia de avance y las más antiguas tradiciones del planeta estarían así en lo cierto: alguien programó nuestra fabricación en algún lejano momento del pasado. Lo más grave de esta situación es que este alguien, precisamente por ser nuestro fabricador, puede seguirnos controlando a voluntad.
A la suya, que no es necesariamente la nuestra.
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