Cerebro humano, corazón de chimpancé
Los hombres y
nuestros más inmediatos antecesores, los chimpancés, somos prácticamente
iguales en lo que a nuestra composición genética corresponde, aunque
con matices: la composición de ARN mensajero del chimpancé es más
parecida a la del humano que a la del orangután en el hígado, pero en el
cerebro ocurre todo lo contrario: el ARN del cerebro de chimpancés
coincide más con el de los orangutanes que con el de los humanos. Esto
quiere decir que en algún momento de la historia evolutiva del hombre,
ocurrió un cambio que hizo que la misma cantidad de genes se expresaran
en forma distinta en el cerebro, convirtiéndonos así en seres con
cerebro humano y corazón de chimpancé. Por Lucas Sigman.
Son muchas las
cosas que hacen que una especie sea diferente de otra. Una planta
florida en primavera es sumamente distinta a un cactus reseco de
desierto, así como un perro salchicha poco tiene que ver con el alazán
de Atahualpa. Históricamente, las especies se diferenciaron unas de
otras por su morfología y se pensaba que una era más parecida a la otra
por algún parecido en sus huesos, en sus hojas o en cualquier otra cosa
observable a simple vista o con la ayuda de un microscopio. Para
cualquier lector resulta natural enterarse hoy que lo que diferencia a
una especie de otra son básicamente sus genes. Ya no miramos tanto al
cráneo de qué simio se parece el de los humanos, sino que miramos a los
genes de qué simios se parecen los de los humanos. Si tomamos esto como
cierto, si pensamos que los genes son los que diferencian a un organismo
del otro, hiere al ego de más de uno enfrentarse al crudo dato de que
los hombres y nuestros más inmediatos antecesores, los chimpancés, somos
prácticamente iguales en lo que a nuestra composición genética
corresponde. Segundo nivel Indefectiblemente este dato nos abre la
puerta a un segundo nivel de complejidad: no alcanza con conocer los
genes. En un espíritu antropocéntrico se puede suponer que alguna
diferencia tiene que existir entre los humanos y los chimpancés que haga
que mientras los segundos dedican su tiempo a comer bananas y a
masturbarse compulsivamente, los hombres y las mujeres construyan
ciudades, fabriquen armas de destrucción masiva e investiguen como son
sus genes, cuando ambos coinciden en un 98.7% en lo que a genes
respecta. ¿Dónde está la diferencia? ¿Dónde está el origen de la
diversidad? Buscando la respuesta a esta pregunta, Svante Pavo y otra
buena cantidad de científicos se basaron en el siguiente fenómeno
biológico. Los genes son la sustancia material en la que está codificada
la información para que nuestras células funcionen correctamente.
Nuestros genes nos hacen humanos y nuestros genes hacen que seamos
parecidos a mamá o a papá. Pero los genes en sí mismos no son los
efectores de los procesos biológicos. Los genes son transformados en ARN
mensajero, que es el que después sirve como libro de instrucciones para
que se generen las proteínas. Las proteínas son las verdaderas
efectoras de la mayor parte de los procesos biológicos. Lo importante de
esto es que pequeñas diferencias en la composición genética pueden
transformarse en grandes diferencias en la composición de ARN mensajero y
por lo tanto de proteínas.
Diferentes tipos celulares
Otra cosa
determinante es que no todas las células de un organismo tienen la misma
composición de ARN, mientras que sí todas tienen la misma composición
genética y esto es básicamente lo que hace a un tipo celular diferente
de otro. Las células del hígado y las del cerebro tienen los mismos
genes, pero tienen distinto ARN. Dicho en forma más técnica, sus genes
se expresan en forma diferente. Paavo y compañía se preguntaron
entonces: ¿puede haber una diferencia en la composición de ARN mensajero
en las células del cerebro humano, comparativamente a la los
chimpancés? Para responder esto compararon en humanos, chimpancés y
orangutanes la composición de ARN (conocida como transcriptoma) en
células de hígado y de cerebro, utilizando para ello una moderna técnica
de biología molecular conocida como chips de RNA. A nivel genético los
chimpancés son más parecidos a los humanos que a los orangutanes, pero
como ya sabemos, los chimpancés se comportan de forma más parecida a los
orangutanes que a los humanos.
Iguales, pero distintos
Los resultados
del trabajo son espectaculares, ya que responden bastante bien a la
pregunta. La composición de ARN mensajero del chimpancé es más parecido
al del humano que al del orangután en el hígado (esto se llama el
transcriptoma del hígado), lo que es esperable dado que son más
parecidos genéticamente. Sin embargo, en el cerebro ocurre lo contrario:
el transcriptoma del cerebro de chimpancés coincide más con el de los
orangutanes que con el de los humanos. Esto quiere decir que en algún
momento de la historia evolutiva del hombre, ocurrió un cambio que hizo
que la misma cantidad de genes se expresaran en forma distinta en el
cerebro. Es imposible asegurar únicamente en base a estos datos que la
diferencia en la composición de ARN en las células del cerebro es la que
está el origen del a diversidad, pero no es alocado pensar que esta
diferencia en la expresión posibilitó un cambio en la estructura
cerebral que tuvo como consecuencia lo que vemos a nuestro alrededor
todos los días. Este trabajo nos deja un gran resultado y dos
importantes moralejas. El resultado es el de entender dónde puede haber
estado el cambio que permitió al hombre desarrollar las facultades
intelectuales que lo diferencian en buena parte del resto de las
especies animales.
Moralejas
La primer
moraleja es la de entender que a veces los razonamientos no son tan
simples. Que no siempre la diferencia está en el tamaño y que a veces
con los mismos componentes se pueden obtener resultados drásticamente
diferentes. Como dice el refrán, a la hora de hacer magia no importa el
tamaño de la varita. La segunda moraleja es sumamente importante y tiene
que ver con una forma de hacer ciencia. La ciencia moderna está plagada
de artículos en los que lo que domina es la técnica. Artículos en los
que no se usan los experimentos para responder una pregunta previamente
armada, sino que se hacen experimentos casi al azar y con los resultados
se decide tejer alguna conclusión. No es difícil buscar una analogía en
el arte. Un pintor puede empezar a tirar manchas en un cuadro y
terminar con algo bonito por la simple razón de que es habilidoso para
manchar, pero otra cosa muy diferente es cuando un artista sabe lo que
quiere decir y tan sólo usa sus manos para llevar a una tela lo que está
en su cabeza. En el trabajo de Paavo pasa esto último. La pregunta es
sumamente clara y los resultados la hubieran contestado de cualquier
manera. En caso de que el transcriptoma del chimpancé hubiera sido tan
parecido al del humano, como parecidos son sus genomas, el resultado
hubiera sido menos espectacular: no se hubiera podido concluir algo tan
fuerte como lo que se concluyó, pero la calidad científica no sería
cuestionable. Tal vez Paavo nos haya mostrado con su trabajo nuestro
drama existencial, que es el de tener cerebro de humanos con corazón de
chimpancé. Lucas Sigman es miembro del grupo de modelado molecular del
departamento de Química Inorgánica. Facultad de Ciencias Exactas y
Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
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