Desnudo en el espacio exterior
Los peligros en el Espacio no son demasiados, pero son suficientes para no intentarlo en casa:
A) La exposición a
la radiación. Si el astronauta sale y le está dando el sol de lleno,
recibirá una buena dosis de rayos ultravioleta, X y gamma, a cual más
dañino. En unos pocos segundos es difícil que sufra daños permanentes,
sin embargo. La radiación es uno de los problemas gordos para las
misiones tripuladas a Marte, en las que como mínimo los astronautas
estarán un par de años sufriendo protonazos solares.
B) El frío. El
Espacio está frío, y mucho. Si consiguiéramos estar perfectamente
aislados del Sol y otras estrellas, la temperatura estará muy cerca de
los 3 Kelvin, es decir, unos 270 grados centígrados bajo cero. Eso es
mucho frío. Sin embargo, para un astronauta no significa la congelación
inmediata, porque lo que te mata por congelación no es el frío que hace
fuera sino el calor que tú pierdes. Y en el Espacio sólo hay una manera
de perder calor: por radiación. Todo cuerpo a una temperatura por encima
del cero absoluto emite fotones. Los fotones los asociamos a la luz,
pero si un fotón tiene menos energía dejaremos de verlo. Los fotones que
emitimos por radiación están en la banda del infrarrojo. El caso es que
en la Tierra, si sales desnudo a la calle en un día invernal estarás
perdiendo calor de tres formas distintas: por radiación, por conducción
(el aire frío te quita calor “por contacto) y por convección (el aire
que calientas se va hacia arriba y llega aire frío a sustituirlo, que te
enfría más). En el Espacio sólo uno de esos mecanismos está en
funcionamiento. Además, el vacío es un gran aislante térmico, como bien
saben los fabricantes de termos y de ventanas dobles con rotura del
puente térmico. Es obvio que tarde o temprano (más tarde que temprano)
la temperatura del astronauta bajará por debajo del umbral de la vida,
pero antes de que eso ocurra se habrá muerto de otras cosas.
C) La ausencia de
presión. Aquí llega lo duro. Si nos bajan la presión a cero, moriremos
rápidamente. Rápidamente son un par de minutos, y la causa de la muerte
será, sorprendentemente, la asfixia. Al bajar la presión a cero pasan
varias cosas:
1.- El aire que
tengamos en los pulmones saldrá disparado por nuestra boca. Si cometemos
el error de contener la respiración nos causaremos daños en los
delicadísimos tejidos pulmonares. Aunque no lleguen a explotar, los
pulmones sufrirán desgarros. Todo buceador sabe que no debe contener la
respiración mientras sube hacia la superficie. Pues esto es lo mismo,
pero menos grave. La sobrepresión del aire en nuestros pulmones
comparada con la del vacío (que es de una atmósfera) es la misma que la
que tiene un buceador a diez metros de profundidad comparado con la
superficie. Un buceador que ascienda desde doce metros (nada poco
habitual, creo yo) conteniendo la respiración sufrirá más daños
pulmonares que un astronauta lanzado al Espacio, si ninguno de los dos
expulsa el aire de sus pulmones. No prueben ninguna de las dos,
estimados lectores.
2.- La sangre NO
hierve. Sí, todo líquido lanzado al Espacio hierve, pero la sangre está
metida dentro de las arterias y venas y a una presión que oscila entre
los 75 y los 120 mmHg (milímetros de mercurio: una atmósfera son 760
mmHg) por encima de la presión normal de una atmósfera (véase comentario
de Ñita). A esa presión, la temperatura de ebullición del agua está en
46ºC, muy por encima de la que pueda alcanzar nuestro cuerpo (unos
37ºC), por lo que no habrá ebullición. Sí que herviría, por ejemplo, la
saliva que tuviésemos en nuestra lengua o la lágrima que recubre
nuestras córneas. Pero herviría a 37ºC, que es la temperatura a la que
estaban. No nos quemarían al hervir.
3.- Los oídos nos
harán ¡pop!. Si tenemos las trompas de Eustaquio taponadas podemos
sufrir un desgarro del tímpano (desgarro que sería hacia fuera, no hacia
dentro).
4.- El cuerpo NO
explota. Sí es cierto que los gases internos se expanden y los líquidos
perfunden los tejidos (edemas), pero nuestra piel es muy resistente a la
tensión. Nos inflaríamos, pero no reventaríamos. Durante un vuelo en
globo aerostático hasta las capas superiores de la atmósfera para batir
el récord mundial de salto en paracaídas, a Joe Kittinger se le estropeó
el sistema de presurización de su guante derecho. La mano se le hinchó
hasta alcanzar más o menos el doble de su volumen (a 31000 metros la
presión es una minúscula fracción de la que hay a nivel de tierra, y
podríamos decir que sufrió una exposición de su mano al vacío), pero no
reventó. Un par de horas después de su aterrizaje, la mano estaba
perfecta de nuevo. En el centro espacial Johnson, en 1965, mientras se
probaba la resistencia de los trajes al vacío, un empleado de la NASA se
quedó encerrado en la cámara de vacío. La presión llegó a bajar hasta 1
psi (libra por pulgada cuadrada, más o menos seis centésimas de
atmósfera). El accidentado perdió el conocimiento en unos 15 segundos, y
recuerda que lo último que notó fue cómo la saliva hervía en su boca. A
los 20 segundos se comenzó a subir de nuevo la presión de la cámara y
el accidentado recuperó espontáneamente la consciencia. No le quedaron
secuelas.
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