Antares, el corazón de Escorpio
Rodeada por brillantes estrellas azules, y en un ambiente tremendamente sugestivo para todo el que desvíe su mirada hacia la región, la supergigante roja Antares destaca en el cielo del verano boreal,
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situándose en el centro de una de las más notables constelaciones de cuantas existen:
Scorpius, el escorpión celeste.
Su posición en el asterismo de la constelación hizo que fuera conocida entre los latinos como
Cor Scorpii, o su equivalente árabe de
Kalb al-Akrab (castellanizado como
Calbalacrab), que significa precisamente
el corazón del escorpión
(o del alacrán). Sin embargo, ya desde los tiempos de Claudio Ptolomeo
es conocida bajo su nombre actual, pues el astrónomo greco-egipcio se
refiere a ella en su obra
Syntaxis como el
Anti-Ares, o el opuesto a Ares, que era el nombre griego del Dios de la guerra, el romano
Marte, de donde deriva
Antares. Esto se debe a que la estrella se posiciona
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muy
cerca de la eclíptica, a sólo 5º, lo que facilita el frecuente
acercamiento entre el planeta y la estrella, lo que unido a sus
similares color y brillo los hace confundirse a menudo. De hecho,
Antares es una de las cuatro grandes estrellas cercanas a la eclíptica, junto con
Aldebarán en
Tauro,
Regulus en
Leo y
Spica en
Virgo. Ha sido también nombrada como
Vespertilio, palabra que significa
murciélago, y que probablemente ya fuera usada por Sófocles, uno de los grandes autores de la tragedia griega.
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Como es una estrella tan notable,
Antares fue conocida por todos los pueblos de la Antigüedad, y entre los persas era llamada
Satevis,
una de las cuatro estrellas reales, guardiana del cielo y de los
sueños, allá por el año 3000 antes de nuestra era. Los egipcios la
identificaban con la diosa
Selkit, anunciaba el equinoccio de otoño durante el cuarto milenio antes de Cristo, y
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simbolizaba a
Isis en las ceremonias que tenían lugar en los templos. Muchos de estos templos están orientados de manera que la luz de
Antares jugara un papel fundamental en tales celebraciones iluminando el interior del edificio.
El astrónomo bávaro
Johann Bayer le concede la primera letra del alfabeto griego, al ser la más brillante de la constelación, y por eso es conocida como
Alpha Scorpii (α
Sco). Para la nomenclatura de John Flamsteed,
que ordena a las estrellas de cada constelación según su coordenada en
Ascensión Recta, le corresponde el número 21, por lo que también es
designada como
21 Scorpii o
21 Sco. En la
actualidad, esta estrella es evocada frecuentemente por grupos y
asociaciones, da nombre a una banda de rock costarricense, a una
prestigiosa coral gaditana y es uno de
los caballos de Ben-Hur (en el fotograma, el primero por la derecha), en la magnífica película de William Wyler, por poner sólo unos pocos ejemplos.
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La
constelación de Escorpio, en la que se inserta
Antares,
es una de las más importantes del catálogo, no sólo desde el punto de
vista de nuestros tiempos, sino también desde una perspectiva histórica,
pues ya era
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conocida por los antiguos babilonios, quienes concibieron el
Zodiaco, o
rueda de los animales, incluyendo en ella al
Escorpión, como una de las regiones del cielo por donde transitaban (y transitan) el
Sol, la
Luna y los
planetas
a lo largo del año; naturalmente, Claudio Ptolomeo la cita en su
relación de 48 constelaciones clásicas. También bajo el prisma de la
mitología grecolatina,
Scorpius es determinante en el destino del gigante
Orión, el legendario cazador a quien causa la muerte con su mortal picadura.
Orión y
Escorpio
nunca coinciden en el cielo al mismo tiempo, pues cuando una de las dos
constelaciones aparece por el este, la otra desaparece por el oeste.
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Desde una perspectiva puramente astronómica,
Escorpio es el hogar de numerosas estrellas brillantes, además de
Antares, como
Shaula, o la interesantísima estrella variable
Dschubba (Delta Scorpii). El
cúmulo de Ptolomeo (M7) es el objeto más tenue del que se tiene constancia en
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fuentes clásicas, y por lo tanto el menos brillante entre los que se pueden distinguir a simple vista, y también el
cúmulo de la Mariposa (M6),
en la fotografía de la derecha, pertenece a esta constelación. Pruebe a
copiar la imagen, y a trazar la figura del lepidóptero uniendo
estrellas, y probablemente encuentre al menos media docena de
posibilidades. Asimismo, y muy cerca de
Antares, encontraremos a
M4, un espectacular cúmulo globular que tendremos ocasión de contemplar, dada su cercanía visual con
Antares. Otro cúmulo globular,
M80, completa la relación de objetos del
Catálogo Messier
presentes en la región, pero no agota el elenco de objetos de cielo
profundo en esta atractiva constelación. La zona está cruzada por la
Vía Láctea.
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Entre los habitantes de la Polinesia, es muy conocido el asterismo llamado
El Gran Gancho, que he trazado en rojo, compuesto por
Antares (α Sco),
Al Niyat (σ Sco),
Graffias o
Acrab (β Sco),
Dschubba (δ Sco) y
Pi Scorpii (π Sco). En Europa este asterismo no es considerado, y la región simplemente se identifica con la cabeza del
Escorpión.
Antares se encuentra sin dificultad en el centro de
la constelación. Su intenso brillo y su llamativo color rojo la hacen
destacarse entre los demás
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astros
de su entorno, en los meses centrales del año, esto es, el verano
boreal, invierno austral. Presenta una declinación de -26º, lo que
significa que está bastante más al sur que el ecuador celeste, así es
que no se puede ver desde latitudes más al norte de +64º, prácticamente
el Círculo Polar Ártico. Esta cifra se obtiene al restar la declinación
de la estrella de un ángulo recto, 90º (90 – 26 = 64). Conforme vayamos
descendiendo en nuestra latitud,
Antares se mostrará cada vez más alta sobre el horizonte, y al sur del paralelo -26 el asterismo del Escorpión aparece invertido con respecto al punto de vista boreal, hasta que al bajar más allá del paralelo
-64º, ya en la Antártida, es circumpolar sur, es decir, nunca
desaparece bajo el horizonte, dando vueltas alrededor del Polo Sur
Celeste.
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Es un astro soberbio, que brilla con una magnitud media de +0.96,
pues sufre variaciones de varias décimas en su luminosidad, y es la
decimoquinta más brillante del cielo nocturno. Su distancia al
Sistema Solar se ha calculado en unos 600 años-luz, aunque es incierta. Este dato, unido a su
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relativamente baja temperatura, de unos 3.600 ± 150 grados Kelvin en su superficie (el
Sol está a unos 5.800), nos revela que debe tratarse de una estrella de tamaño descomunal para brillar
con tanta intensidad. En efecto, hablamos de una supergigante roja cuyo
diámetro debe ser al menos 700 veces el del Sol, con un tipo espectral M1.5I. Si estuviera en el lugar que ocupa el
Sol, la estrella llegaría hasta más allá de la órbita de
Marte, y contendría en su interior a las de
Mercurio,
Venus, la
Tierra y el propio
Marte, traspasando probablemente también el
cinturón de asteroides, que quedaría dentro de la estrella.
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No conocemos, sin embargo, todos estos datos con exactitud, pues entre otras cosas,
Antares
se encuentra envuelta en una nebulosa, provocada por la materia que
expulsa la propia estrella, y que atenúa su brillo de una manera
incierta, de tal forma que la luminosidad del astro podría ser hasta de
90.000 veces la del
Sol, contando también con la gran
cantidad de energía que irradia en el infrarrojo, y no sólo la que nos
llega en luz visible. Esta nebulosa no fue descubierta hasta el año
1.895, cuando el astrónomo Emerson Barnard pudo verla haciendo uso de la
astrofotografía, incipiente en aquellos tiempos.
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La nebulosa es iluminada por la propia estrella, y este color
contrasta con el azulado de la cercana nebulosa de reflexión que
envuelve a
Rho Ophiuchi, una estrella azulada, muy caliente, de la vecina
constelación de Ophiuco.
Antares se encuentra en un estado evolutivo muy
avanzado, y dada su enorme masa, terminará sus días explotando,
convirtiéndose así en una supernova que, durante unos días, será el
astro más brillante del cielo nocturno a excepción de la
Luna.
Después, se irá apagando paulatinamente hasta hacerse imperceptible.
Esto ocurrirá de aquí a un millón de años (un suspiro a escala
cosmológica), e incluso podría haber ocurrido ya, porque nosotros vemos
ahora la luz que partió de la estrella
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hace
unos 600 años. Si la explosión se ha producido hace menos de seis
siglos, es un suceso que ya ocurrió, pero que nosotros veremos en el
futuro.
Separada por 3″ de arco, existe una compañera llamada Antares B,
que es una enana azul de quinta magnitud, muy caliente, y que resulta
muy difícil de observar debido al deslumbrante brillo de su compañera.
La separación
real entre ambas es de unas 550 Unidades Astronómicas (1 UA = Distancia
media Tierra-Sol) y completan una órbita con un periodo aproximado de
2.500 años.
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A sólo 1 grado y cuarto al oeste de
Antares, es muy fácil toparse con
M4, el cúmulo globular más cercano a la
Tierra, aunque dista de nosotros unos 7.200 años-luz. Con telescopios pequeños ya aparece como una borrosa mancha, y con aparatos
medianos se pueden distinguir algunas de sus estrellas, de décima
magnitud. Si los cielos son totalmente oscuros, unos binoculares
bastarán para localizarlo.
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