Introducción a la educación Waldorf
“No hemos de preguntarnos qué necesita saber y conocer el ser humano para el orden social sino ¿qué potencial hay en el hombre y puede desarrollarse en él? Así será posible aportar al orden social nuevas fuerzas procedentes de la generación joven. De esta manera siempre pervivirá en este orden social lo que hagan de él los hombres integrales que se incorporen al mismo y no se hará de la nueva generación lo que el orden social quiere hacer de ella.”, por Rudolf Steiner.
Una educación que crece con el educando
Cuando los niños relacionan lo que aprenden con su
propia experiencia, se sienten llenos de interés y de vida, y lo que así
aprenden se convierte en algo que les es propio. Las escuelas Waldorf
están pensadas para promover este tipo de aprendizaje.
La educación Waldorf tiene sus raíces en las investigaciones del pensador y científico austríaco Rudolf Steiner (1861-1925). Según la filosofía antroposófica de Steiner, el hombre es un ser trimembrado – tiene cuerpo, alma y espíritu–, cuyas capacidades se despliegan a lo largo de tres períodos de desarrollo en la marcha hacia la adultez: la infancia temprana, la infancia intermedia, y la adolescencia.
En abril de 1919, Steiner visitó la fábrica de
cigarrillos Waldorf Astoria de Stuttgart, Alemania. La nación alemana,
derrotada en la guerra, se debatía al borde del caos económico, social y
político. Steiner les habló a los trabajadores sobre la necesidad de
una renovación social, de encontrar una nueva forma de organizar la
sociedad y su vida política, cultural y económica (la tri-formación
social).
Emil Molt, el propietario de la fábrica de
cigarrillos Waldorf-Astoria, le pidió a Steiner que organizara y
condujera una escuela para los hijos de los empleados de la compañía.
Steiner accedió pero con cuatro condiciones, todas las cuales iban en
contra de lo que se acostumbraba en la época:
que la escuela estuviera abierta a todos los niños;
que fuera para ambos sexos;que comprendiera hasta el 12º grado;que
quienes están en verdadero contacto con los niños, es decir, los
maestros, tuvieran la conducción pedagógica de la escuela, con la menor
interferencia posible por parte del estado.
El 7 de septiembre de 1919 abrió sus puertas la
primera escuela Waldorf. A partir de entonces, el movimiento educativo
Waldorf se extendió por Alemania y otros países, pero, en la década del
30 fue prohibido en Alemania por el régimen Nazi. Al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, la escuela de Stuttgart reabrió sus puertas y se
registró una proliferación de escuelas de ese tipo en todo el mundo.
En la actualidad existen alrededor de 900 escuelas
Waldorf diseminadas en muchos países. En la Argentina hay 6 escuelas en
la región de Buenos Aires, la más antigua de las cuales tiene ya más de
60 años de existencia. En la provincia de Córdoba desde 1998 funciona El
Trigal con jardín de infantes y escuela primaria -la primera en el
interior del país. Hay también otra escuela primaria en Villa General
Belgrano. Desde 1989 funciona en Buenos Aires un Seminario Pedagógico
Waldorf para la preparación de maestros en este método.
No existen dos escuelas idénticas; todas son
administrativamente independientes. Sin embargo, el visitante puede
advertir características comunes a todas ellas.
La infancia temprana (0-6 años)
Los niños pequeños están totalmente entregados a su
entorno físico; absorben el mundo básicamente a través de sus sentidos y
responden con la forma más activa de conocimiento: la imitación. La
imitación es la capacidad de identificarse con el entorno inmediato a
través de la voluntad activa.
Todo-el enojo, el amor, la alegría, el odio, la
inteligencia, la estupidez-le llega al niño pequeño a través del tono de
voz, del contacto físico, del gesto corporal, de la luz, de la
oscuridad, del color, de la armonía y de la desarmonía. Estas
influencias son absorbidas por el organismo físico que aún se está
formando y lo afectan para toda la vida.
Quienes se ocupan de un niño pequeño-los padres, los
maestros de guarderías y jardines de infantes-tienen la responsabilidad
de crear un entorno que sea digno de imitación, ya que el niño imita sin
discriminar. El entorno, pues, debe ofrecer al pequeño abundantes
elementos positivos para ser imitados y oportunidades para el juego
creativo. Esto lo sustenta en la actividad central de sus primeros años:
el desarrollo de su organismo físico. El desviar las energías del niño
de esta tarea fundamental, para satisfacer prematuras demandas
intelectuales lo priva de la salud y la vitalidad que necesitará para
su vida futura. Al empujarlo hacia la actividad intelectual en esta
edad, se termina, a la larga, debilitando precisamente las capacidades
de juicio y de inteligencia práctica que se busca desarrollar.
En el jardín de infantes los niños juegan a cocinar;
se disfrazan y se convierten en padres y madres, reyes y magos; cantan,
pintan y colorean. A través de canciones y poesías aprenden a disfrutar
del idioma; aprenden a jugar juntos; escuchan cuentos, ven teatros de
títeres, amasan el pan, hacen sopa, modelan con cera, construyen casas
con bloques, cajas, telas y maderas. Entregarse plenamente a tales
actividades es la mejor preparación para la vida; desarrolla la
capacidad de concentración, de interés y un duradero amor por el
aprendizaje.
La infancia intermedia (7 a 13 años)
Cuando los niños se hallan listos para dejar el
jardín de infantes y entrar al primer grado, están ansiosos por explorar
todo el mundo de las experiencias por segunda vez. En la etapa
anterior, se identificaban con ese mundo y lo imitaban; ahora, a un
nivel más conciente, se encuentran listos para conocerlo de nuevo por
medio de la imaginación-esa extraordinaria capacidad de la facultad
cognoscitiva del hombre-que nos permite “ver” un cuadro, “oir” un
cuento, y “adivinar” significados dentro de lo aparente.
Durante los años de la escuela primaria, la tarea del
educador es traducir todo lo que el niño necesita conocer sobre el
mundo al idioma de la imaginación, idioma que es tan certero y responde
tanto a la realidad como el análisis intelectual en los adultos. El
legado de otras épocas menos intelectuales –cuentos tradicionales,
leyendas y mitologías, que expresan la verdad en parábolas e imágenes–
se transforma en un inagotable cofre de tesoros para el maestro.
Vistos a través de la lente de la imaginación, la
naturaleza, el mundo de los números, las matemáticas, las formas
geométricas, y las tareas prácticas del mundo, son alimento y bebida
para el alma del niño. Las cuatro operaciones aritméticas, por ejemplo,
pueden ser introducidas como personajes de una obra que los niños de
primer grado actuarán con entusiasmo dando expresión a sus
temperamentos.
Todo aquello que se dirija a la imaginación y se
sienta de veras estremece y activa los sentimientos y es recordado y
aprendido. Los años de la escuela primaria son el momento para educar la
“inteligencia sensitiva”. Es solamente después de los cambios
fisiológicos de la pubertad, que marcan la virtual finalización de la
segunda gran fase del desarrollo, que el aprendizaje imaginativo sufre
una metamorfosis para emerger como capacidad racional y abstracta del
intelecto.
La adolescencia (14 a a 21 años)
Durante toda la gloriosa turbulencia de la
adolescencia, la personalidad celebra su independencia y busca explorar
el mundo una vez más de manera distinta. En su interior, la joven
persona, el ser humano a quien han estado dirigidos los años de
educación, va madurando silenciosamente. Al final emergerá el individuo.
Según la concepción de Steiner, este ser esencial no
es producto ni de la herencia ni del medio ambiente; es una
manifestación del espíritu. El terreno sobre el que se afirma y en el
que hunde sus raíces es la inteligencia que, desde la matriz de la
voluntad y el sentimiento, ha fructificado en pensamiento claro y con
experiencia. En la sabiduría tradicional, es este el ser que se hace
“mayor de edad” alrededor de los 21 años y que está entonces listo para
emprender la verdadera tarea de educación –la auto-educación– que
distingue al adulto del adolescente.
En el aula
El día escolar comienza con una clase extendida, que
puede llegar a las dos horas, en la que se trabaja en profundidad sobre
una materia. Esta clase extendida, llamada clase principal, le permite
al maestro desarrollar una amplia variedad de actividades en torno al
tema que se esté tratando. Se incluyen ejercicios rítmicos con
movimientos corporales que activan la circulación, armonizan el grupo y
estimulan la concentración. Además, se trabaja por épocas, es decir, que
la clase principal está dedicada a una sola materia durante toda una
época que abarca varias semanas. Esto permite que el niño pueda
concentrarse sobre una materia de aprendizaje y trabajar sobre ella
exhaustivamente. Luego, el tema queda en “reposo” mientras se trabaja
con otra materia. Los conocimientos tienen así oportunidad de ser
procesados y decantar, para ser reflotados luego, al cabo de un tiempo,
en la siguiente época de la misma materia.
Después de la clase principal, se trabaja con las
materias especiales: idiomas, música, pintura, gimnasia, trabajos
manuales, huerta, etc. Los maestros de las clases especiales trabajan en
estrecha colaboración con el maestro de grado tratando de articular sus
materias en torno a los temas que se tratan en la clase principal.
Los maestros de grado acompañan a sus niños desde el
primero al último año de la escuela primaria. Esto permite que el
maestro llegue a conocer profundamente a sus alumnos y pueda crecer y
desarrollarse con ellos. El tener que prepararse para nuevos temas cada
año favorece la renovación y evita el estancamiento. Al niño le ofrece
un sentimiento de unidad y un referente que le brinda seguridad.
El programa de estudios de una escuela Waldorf se
puede equiparar a una espiral ascendente: a medida que los niños
maduran, se conectan con cada materia a un nivel diferente de
experiencia. Es como si cada año alcanzaran una nueva ventana en la
espiral ascendente desde la que se mira al mundo a través de la lente de
cada materia.
Todos los niños participan de las actividades sin
importar sus aptitudes personales. El objetivo de estudiar las
diferentes materias no es convertirse en profesionales de las
mismas-matemáticos, historiadores, biólogos-, sino despertar y educar
las capacidades que el ser humano necesita para desarrollarse armónica y
plenamente.
Las artes y las actividades prácticas
Las artes y las actividades prácticas desempeñan un
rol esencial en el proceso educativo en todos los grados. No son
consideradas como actividades secundarias, sino como elementos
fundamentales para el crecimiento y el desarrollo.
La educación Waldorf no concibe al ser humano sólo
como un cerebro, sino como un ser que tiene corazón y extremidades, es
decir sentimientos y voluntad, además de intelecto. Para asegurar que la
educación no produzca individuos unilaterales, atrofiados en su salud
emocional y su capacidad volitiva, estos aspectos menos concientes de la
naturaleza humana deben ser constantemente ejercitados, alimentados y
guiados. Es allí donde las artes y las actividades prácticas hacen su
mayor contribución, ejercitando no sólo el corazón y la mano sino
también, de manera bien real, el cerebro.
El arte, por otra parte, no está relegado a las
materias específicas (dibujo, pintura, música, etc.), sino que forma
parte de la enseñanza de todas las materias. El docente debe encarar y
transmitir todo lo que enseña de una manera artística e imaginativa.
Los niños que han trabajado a lo largo de su
educación con el color y la forma, con el tono, la música, la actuación
dramática, el lenguaje, con la arcilla, la madera, la cera, la acuarela,
la lana, con la tierra y las plantas, no sólo han trabajado
creativamente activando, clarificando y fortaleciendo sus emociones,
sino que han puesto en práctica su pensamiento y su sentimiento y
ejercitado su voluntad. Y esa es la aspiración de la educación Waldorf:
educar a la totalidad del ser humano: su cabeza, su corazón y sus manos.
http://www.centrowaldorf.com/
GHB - Información difundida por http://hermandadblanca.org/
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