Ayudar.
Ayudar a los demás es una de las acciones más gratificantes
pero sin caer en el exceso, primero tenemos que ayudarnos a nosotros
mismos para poder hacerlo con nuestro entorno. La ayuda tiene varios
grados de dificultad según a quien vaya dirigida y las circunstancias,
en este caso se trata sólo de echar un cable a seres que encontramos a diario y que sabemos simplemente que nos necesitan.
Todo tiene trampa en esta vida si no sabemos
dosificarnos, y tenemos que aprender hasta qué punto podemos llegar sin
quedar exhaustos, siempre hemos de guardar nuestras energías a buen
recaudo para hacer las cosas bien, si no nos queremos a nosotros mismos
no podremos dar el amor necesario a los demás y si no poseemos
autoestima no podremos devolverla a quien la ha perdido.
El ser humano es compasivo por regla general al menos
que sea rematadamente egoísta y de esta compasión nace el deseo de
ayudar. Hay que entender que no nos es posible ayudar a todo el mundo,
por mucho que nos empeñemos no podemos cambiar la faz de la tierra y
menos en esta época tan complicada. Sabemos que hay muchos seres
sufriendo pero por muy buena voluntad que tengamos no daremos nunca
abasto, lo mejor es crearse unas pautas de comportamiento.
También tenemos que centrar nuestra ayuda en personas
que la acepten, no podemos obligar a nadie y hay gente que no desean
que les tendamos una mano, al contrario les molestamos, prefieren
quedarse solos por razones propias y les hemos de respetar en su
decisión sin insistir. La ayuda no puede ser en ningún caso una molestia
al que deseamos echar un cable.
Cuando sabemos de alguien sufriendo hay que mirar los
pros y los contras antes de actuar, cada ser es diferente y reacciona a
su manera de allí que se ha de analizar su problema para no
equivocarnos, sería muy perjudicial para las dos partes y aunque
actuemos con la mejor intención del mundo podemos herir y ser herido.
A veces ayudar puede resultar un sacrificio emocional
muy duro, pensemos antes de empezar si tenemos la suficiente fuerza
psíquica, no se trata de quedarnos a mitad camino, cada uno tenemos una
obligación hacia nuestro entorno pero primero la tenemos para nosotros
mismos y hay situaciones y hechos que no nos corresponden ya que
humanamente es imposible abarcar con todas las desgracias, pensar lo
contrario sería pecar de orgullo sin tener consciencia de que somos
seres limitados.
Si se está ahogando una persona y no sabemos
nadar lo más seguro es que las dos acabemos en el fondo, mejor buscar
otra solución antes de tirarnos, ayudar a ciegas es perjudicial y para
esto tenemos un cerebro que ha de prevalecer sobre el corazón.
Se puede ayudar de muchas maneras, a veces una
sonrisa o una palabra de aliento son un bálsamo para un alma herida,
prestar con amor tu hombro, tu mano o tu oído pueden hacer mucho más que
una caja de pastillas o simplemente dejar que te cojan la mano y
permanecer en silencio, este silencio que se podría cortar con cuchillo
por su densidad…podemos dar un poco de felicidad aunque no la tengamos
nosotros.
Cuando llaman a mi puerta y me piden algo de dinero
siempre me niego, pregunto si tienen hambre y no me cuesta nada hacer
un bocadillo acompañado de unos cuantos cigarrillos pero nunca doy ni
siquiera un euro. Hace poco vino una señora pidiendo una limosna, me
dijo que no podía comer porque le dolían las muelas, le saqué agua y un
calmante, se llevó el resto de las pastillas y tabaco, se extrañó que no
le diera dinero, insistió pero me mantuve firme y se marchó enfadada…a
mí me hizo gracia.
Cuando ayudamos siempre tenemos que guardar una
distancia prudencial, no desde el egoísmo sino desde la propia
supervivencia, por suerte el dinero y lo material no lo solucionan todo y
cuesta muy poco reconfortar a alguien doliente con mucho cariño pero
sin olvidar también que se trata de un ser con sentimientos que tenemos
la obligación de tratar con respeto, lo menos que necesita en estos
malos momentos son reproches o consejos, sino calor del corazón. Hay que
ponerse en su sitio, meterse en su dolor, medir nuestras palabras con
mucha delicadeza para no ofender ni herir más su amor propio, que todos
poseemos el nuestro.
Todos podemos y debemos ayudar pero siempre de forma racional y desde un corazón sincero.
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