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Tuesday, November 29, 2011

Neurociencia versus filosofía: Sobre el libre albedrío



Un ejemplo más de cómo la ciencia se equivoca.
El error aquí parte de considerar al cerebro como el centro de nuestro ser.
El cerebro sólo es un órgano. Recientemente se aceptó que el estómago influye en nuestros sentimientos y tambien se sabe que el corazón es mucho más de lo que la medicina está dispuesta a aceptar.
Nuestro Karma, nuestra alma, nuestro ser consciente es un ser de una densidad mayor que las 3d de nuestro cerebro. Para nuestro ser,  el tiempo o el espacio son como para nosotros la posibilidad de poner dos dedos en un plano en diferente sitios (esto para un ser de sólo dos dimensiones sería  mágico).
Lo único que demuestra este experimento es la existencia de nuestro Karma no una predestinación.
Un experimento ayudó a cambiar su punto de vista sobre la vida a John-Dylan Haynes. En 2007, Haynes, un neurólogo del Bernstein Center for Computational Neuroscience en Berlín, puso a la gente ante un escáner cerebral y en una pantalla de visualización lanzó una sucesión de letras al azar [1]. Les dijo que pulsaran un botón, ya sea con el dedo índice derecho o izquierdo cada vez que sintieran esa necesidad, y que recordaran la letra que se mostraba en la pantalla cuando tomaron la decisión. El experimento se hizo utilizando la resonancia magnética funcional (fMRI), donde se muestra la actividad del cerebro en tiempo real conforme los voluntarios optaban por utilizar la mano derecha o izquierda. Los resultados fueron toda una sorpresa.
“La primera idea que tuvimos fue comprobar que esto era real “, dijo Haynes. “Esto no lo habíamos visto en ningún otro estudio anterior.”
La decisión consciente de pulsar el botón se hacía un segundo antes que el acto en sí, pero el equipo descubrió que el patrón de actividad cerebral parecía predecir tal decisión hasta siete segundos antes. Mucho antes de que los sujetos fuesen conscientes de estar tomando una elección, al parecer, sus cerebros ya habían decidido.
Como humanos que somos, nos gusta pensar que nuestras decisiones están bajo nuestro control consciente, que tenemos libre albedrío. Los filósofos han discutido este concepto desde hace siglos, y ahora Haynes, y otros neurocientíficos experimentales, y hacen emerger un nuevo desafío. Ellos argumentan que la conciencia de una decisión puede ser una simple reflexión bioquímicas tardía, sin ningún tipo de influencia sobre las acciones de una persona. Según esta lógica, el libre albedrío no es más que una ilusión. “Podemos sentir que elegimos, pero en el fondo no lo hacemos,” insiste Patrick Haggard, neurocientífico del University College de Londres.
Usted puede pensar que decidió tomar el té o el café esta mañana, por ejemplo, pero esa decisión se estaba hecha mucho antes de que fuera consciente de ello. Para Haynes, esto es inquietante. “Voy a ser honesto, me resulta muy difícil lidiar con esto”, comenta. “¿A qué puedo llamar “mi” voluntad si no sé cuándo ocurrió esa decisión ni lo que haya decidido hacer?”
Experimentos mentales
Los filósofos no están convencidos de que los escáneres cerebrales puedan demoler el libre albedrío tan fácilmente. Algunos han cuestionado estos resultados y sus interpretaciones, con el argumento de que los investigadores no han captado el concepto que están desacreditando. Muchos otros ni se meten en esta cuestión. “Los neurocientíficos y filósofos hablan de más unos a otros”, señala Walter Glannon, filósofo de la Universidad de Calgary en Canadá, interesado en la neurociencia, la ética y el libre albedrío.
Hay algunos indicios de que esto está empezando a cambiar. Este mes, una serie de proyectos se van ha poner en marcha como parte de un programa de cuatro años, de 4,4 millones de dólares, que tratará las grandes cuestiones sobre el libre albedrío, en EE.UU., financiado por la Fundación John Templeton en West Conshohocken, Pennsylvania, la cual apoya una teología de investigación en filosofía y ciencias naturales. Algunos dicen que, con estos experimentos tan refinados, la neurociencia podría ayudar a los investigadores a identificar los procesos físicos subyacentes a la intención consciente, y comprender mejor la actividad cerebral que lo precede. Y si con esa actividad cerebral inconsciente se descubre que predice las decisiones perfectamente, el trabajo realmente podría afectar a la noción de libre albedrío. “Es posible que lo que ahora son las son sólo correlaciones, podrían en algún momento ser relaciones causales entre los mecanismos del cerebro y el comportamiento”, indica Glannon. “Si este fuera el caso, entonces el libre albedrío se vería amenazado para cualquier una definición de algún filósofo.”
Haynes no ha sido el primer neurocientífico en explorar la toma de decisiones inconsciente. En la década de 1980, Benjamin Libet, un neuropsicólogo de la Universidad de California, en San Francisco, hizo un estudio entre los participantes con un electroencefalograma (EEG), a los que pidió que se quedaran mirando un rato el reloj hasta un punto determinado [2]. Cuando los participantes sentían la necesidad de mover un dedo, debían de tener en cuenta la posición de ese punto. Libet registró la actividad cerebral durante varios cientos de milisegundos antes que las sujetos expresaran su intención consciente de moverlo.
El resultado de Libet dio lugar a controversia. Los críticos dijeron que el reloj fue una distracción, y el informe de una decisión consciente era demasiado subjetiva. Los experimentos de neurociencia suelen tener entradas controlables, alguien muestra una imagen en un momento preciso, y luego buscar las reacciones en el cerebro. Sin embargo, cuando la entrada es una intención consciente del participante para moverse, subjetivamente está decidiendo sobre su tiempo. Por otra parte, los críticos no estaban convencidos de que la actividad vista por Libet, antes de que tomara una decisión consciente, era suficiente para causar la decisión, podría ser que el cerebro se estuviese preparando para decidir y luego moviera.
El estudio de Haynes en 2008 [1] modernizó el anterior experimento: donde la técnica de EEG de Libet podía ver sólo un área limitada de la actividad cerebral, el fMRI de Haynes podía ver todo el cerebro, y donde los participantes de Libet decidían simplemente cuándo mover, la prueba de Haynes les obligaba a decidir entre dos alternativas. Pero los críticos aún escarban en los agujeros, y apuntan a que Haynes y su equipo, sólo podían predecir la pulsión del botón a izquierda o derecha con una precisión del 60% en el mejor de los casos. Y aunque es mejor que el mero azar, esto no es suficiente para afirmar que se puede leer en el cerebro antes de la conciencia, sostiene Adina Roskies, neuróloga y filósofa que trabaja sobre el libre albedrío en el Dartmouth College en Hanover, New Hampshire. Además, “todo lo que se sugiere es que hay algunos factores físicos que influyen en la toma de decisiones”, lo cual no debería sorprendernos. Los filósofos que saben de ciencia, añade, no creen que este tipo de estudio sea una clara evidencia de la ausencia de libre albedrío, debido a que los experimentos son caricaturas de la toma de decisiones. Incluso una decisión, aparentemente simple, como tomar té o café, es más compleja que decidir si va a presionar un botón con una u otra mano.
Haynes valora su interpretación, y ha replicado y refinado los resultados de los dos estudios. En uno de ellos, utiliza técnicas de exploración más precisas [3] para confirmar el papel de las regiones cerebrales implicadas en su trabajo anterior. En el otro, que aún no se ha publicado, Haynes y su equipo, pidieron a los sujetos sumar o restar dos números de una serie que se presenta en una pantalla. Decidir si sumar o restar refleja una intención más compleja que el de la posibilidad de apretar un botón, y Haynes aduce que es un modelo más realista para las decisiones cotidianas. Incluso, en esta tarea más abstracta, los investigadores detectaron la actividad, de hasta cuatro segundos previos, antes que los sujetos fuesen conscientes de la decisión, afirma Haynes.
Algunos investigadores se han ido, literalmente, a lo más profundo del cerebro. Uno de ellos es Itzhak Fried, neurólogo y cirujano de la Universidad de California, en Los Angeles, y del Centro Médico de Tel Aviv en Israel. Estudió a individuos con electrodos implantados en su cerebro como parte de un procedimiento quirúrgico para tratar epilepsia [4]. Registró de esta manera, la actividad de las neuronas individuales, dando una imagen mucho más precisa de la actividad cerebral que el fMRI o el EEG. Los experimentos de Fried mostraron que había actividad de neuronas individuales en las áreas particulares del cerebro un segundo y medio antes de que el sujeto tomara la decisión consciente de pulsar el botón. Acercándose a 700 milisegundos antes, los investigadores pudieron predecir el momento de la decisión con una precisión de más del 80%. “En algún momento, las cosas que están predeterminadas, son admitidas en la conciencia”, afirma Fried. Y sugiere que la voluntad consciente podrá añadirse a una decisión en una etapa posterior.
Ganancias materiales
Los filósofos cuestionan las premisas básicas de estas interpretaciones. “En algunas de estas conclusiones se parte de la idea de que el libre albedrío ha de ser algo espiritual o que implicael concepto de alma o algo así”, esgrime Al Mele, filósofo de la Universidad Estatal de Florida en Tallahassee. Si los neurocientíficos encuentran una actividad neural inconsciente que lleva a la toma de decisiones, el concepto problemático de la mente como algo separado del cuerpo desaparece, tanto como el libre albedrío. Este concepción “dualista” del libre albedrío es un blanco fácil de derribar para los neurólogos, señala Glannon. “Esta neta división entre mente y cerebro hace que sea más fácil para los neurólogos abrir una brecha entre ellos.”
El problema es que los filósofos más actuales no piensan en el libre albedrío es esta forma, añade Mele. Muchos son los materialistas, aquellos que creen que todo tiene una base física, y que las decisiones y acciones provienen de la actividad cerebral. Así que los científicos están intervienen sobre esta noción que los filósofos consideran irrelevante.
Hoy en día, continúa Mele, la mayoría de los filósofos se sienten cómodos con la idea de que la gente pueda tomar decisiones racionales en un universo determinista. Y debaten la interacción entre libertad y determinismo, que es la teoría de que todo está predestinado, ya sea por la suerte o por las leyes físicas; pero Roskies alude a que los resultados de que la neurociencia todavía no pueden resolver ese debate. Ellos pueden hablar sobre la previsibilidad de las acciones, pero no sobre la cuestión del determinismo.
Los neurocientíficos también tienen a veces ideas erróneas acerca de su propio campo, señala Michael Gazzaniga, neurocientífico de la Universidad de California, en Santa Bárbara. En particular, los científicos tienden a ver la actividad cerebral como un proceso gradual, un bit cada vez, hasta una decisión final. Y sugiere que, los investigadores debieran pensar que los procesos de trabajo pueden ser en paralelo, en una compleja red de interacciones continuas. El momento en que uno es consciente de una decisión no es, por tanto, tan importante como algunos piensan.
Batalla de voluntades
Hay problemas conceptuales, y luego está la semántica. “Lo que realmente ayudaría es ver si los científicos y los filósofos pudieran llegar a un acuerdo sobre lo que significa el libre albedrío”, indicó Glannon. Incluso dentro de la filosofía, las definiciones de libre albedrío no siempre coinciden. Algunos filósofos lo definen como la capacidad de tomar decisiones racionales en ausencia de una fuerza coercitiva. En algunas definiciones lo colocan en un contexto cósmico, es decir, que en el momento de la decisión, teniendo en cuenta todo lo que ha sucedido en el pasado, es posible llegar a una decisión diferente. Otros se aferran a la idea de que un “alma” no-física está dirigiendo las decisiones.
La neurociencia puede contribuir directamente a poner en orden las definiciones, o añadirle una dimensión empírica. Podría conducir a una comprensión más profunda, para un mejor entendimiento de lo que implica una voluntad libre, o afinar los puntos de vista sobre qué es la intención consciente, alude Roskies.
Mele, está dirigiendo el proyecto de la Fundación Templeton que empieza por reunir a filósofos y neurocientíficos. “Creo que si hacemos una nueva generación de estudios con un mejor diseño, podremos obtener una más clara evidencia de lo que ocurre en el cerebro cuando las personas toman decisiones”, dice. Algunas reuniones informales ya han comenzado. Roskies, que está financiado por el programa, planea pasar este año en el laboratorio de Michael Shadlen, un neurofisiólogo de la Universidad de Washington en Seattle, y que trabaja sobre la toma de decisiones en el cerebro de los primates. “Vamos a martillear el oído de los demás hasta que realmente entiendan el punto de vista de la otra persona, y a convencernos uno al otro sobre qué nos estamos equivocando.”
Haggard, tiene la financiación de Templeton, para un proyecto en el que se pretende ofrecer una manera de determinar objetivamente el momento de las decisiones y acciones conscientes, en lugar de confiar en los informes subjetivos. Su equipo planea diseñar un montaje experimental en el que la gente participe en un juego competitivo contra un ordenador, mientras su actividad cerebral se decodifica.
Otro proyecto, a cargo de Christof Koch, bioingeniero del Instituto Tecnológico de California en Pasadena, usará técnicas similares a las de Fried para examinar las respuestas de las neuronas individuales cuando la gente usa la razón para tomar decisiones. Su equipo espera poder medir el peso de los diferentes bits de información cuando una persona decide.
Los filósofos están dispuestos a admitir que la neurociencia podrá algún día resolver el concepto de libre albedrío. Imagine una situación (a los filósofos les gusta hacer esto), en el que los investigadores puedan siempre predecir lo que alguien va a decidir, partiendo de su actividad cerebral, y antes de que el sujeto mismo sea consciente de su decisión. “Si esto resultara cierto, sería una grave amenaza para el libre albedrío”, señalaba Mele. No obstante, incluso aquellos que, prematuramente proclaman la muerte del libre albedrío, están de acuerdo en que estas conclusiones deberían ser replicadas a diferentes niveles de la toma de decisiones. Pulsar un botón o participar en un juego está muy lejos de hacerse una taza de té, ser candidato a la presidencia o cometer un delito.
Los efectos prácticos de esta demolición de la libre voluntad son difíciles de predecir. El determinismo biológico no se sostiene como defensa ante la ley. Los eruditos del derecho no están preparados para deshacerse del principio de responsabilidad personal. “La ley tiene que estar basada en la idea de que las personas son responsables de sus acciones, excepto en circunstancias excepcionales”, aduce Nicholas Mackintosh, director de un proyecto sobre la neurociencia y la ley, a cargo de la Royal Society en Londres.
Owen Jones, profesor de derecho en la Universidad de Vanderbilt en Nashville, Tennessee, que dirige un proyecto similar financiado por la Fundación MacArthur, en Chicago, Illinois, sugiere que la investigación podría ayudar a identificar el nivel de responsabilidad de un individuo. “Lo que nos interesa es cómo la neurociencia nos puede dar una visión más detallada de cómo puede variar la capacidad de las personas a la hora de controlar su comportamiento”, señala Jones. Esto es algo que podría afectar a la severidad de la pena, por ejemplo.
Las respuestas también pueden terminar influyendo en el comportamiento de las personas. En 2008, Kathleen Vohs, psicóloga social de la Universidad de Minnesota, en Minneapolis, y su colega Jonathan Schooler, ahora psicólogo de la Universidad de California en Santa Barbara, publicaron un estudio [5] sobre cómo se comportan las personas cuando se les apremia a pensar que el determinismo es cierto. Se les pidió a los sujetos que leyeran uno de los dos pasajes: En uno de ellos se sugiría que la conducta se reducía a factores ambientales o genéticos que no estaban bajo el control personal, y en el otro que la influencia era neutra en el comportamiento. Los participantes entonces, hicieron algunos problemas matemáticos en un ordenador. Pero justo antes que la prueba empezara, se les informó que debido a un fallo informático imprevisto, de vez en cuando aparecía la respuesta por accidente; si esto ocurría, tendrían que hacer clic en él sin mirar. Los que habían leído el mensaje determinista resultaron más propensos a engañar en la prueba. “Quizás, el negar la libre voluntad, simplemente proporciona esa excusa final para comportarse como uno quiera”, sugirieron Vohs y Schooler.
La investigación de Haynes y sus posibles consecuencias, sin duda han tenido un efecto en su forma de pensar. Él recuerda que estando en un avión de camino a una conferencia y tuvo una visión. “De repente imaginé un universo completamente determinista, yo mismo, mi lugar en él y todos esos diferentes momentos donde creemos que estamos tomando decisiones reflejando sólo algún flujo causal”. Pero no pude mantener esta escena de un mundo sin libre albedrío durante mucho tiempo. “Tan pronto como empecé a interpretar los comportamientos de las personas en su día a día, era prácticamente imposible mantenerla.”
A Fried, también le resulta imposible mantener el determinismo mentalmente. “No creo que pueda mantenerse de forma cotidiana y, ciertamente, tampoco pienso en ello cuando opero con el cerebro humano.”
Mele espera que los demás filósofos puedan obtener un mejor conocimiento de la ciencia sobre la intención consciente. Y hasta donde la filosofía se refiere, insiste, los científicos harían bien en suavizar su postura. “Tampoco se trata que la dedicación de los neurólogos que trabajan en el libre albedrío sea la de mostrar que no hay ninguna.”
  • Referencia: Nature.com, Por Kerri Smith 31 agosto 2011

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